
No solo debía enfrentarse a la pérdida, a la idea de reorganizar la vida, su vida, la de sus hijos, a esta nueva etapa. Sino que además, tenía que lidiar con todos los fantasmas que le carcomían las bases de su vida anterior.
Intentaba con todas sus fuerzas alejar las sospechas que le rondaban la cabeza. Procuraba espantar las preguntas negativas, aquellas que sola no iba a poder responder y que, más allá de la respuesta que pudiera darle, ya estaba. Es decir, fuera cual fuera la verdad, era inmodificable. Y la única persona a la que podría haberle pedido que le rindiera cuentas, estaba muerta y enterrada.
Si acaso, le había sido infiel, ¿qué iba a hacer? ¿ir a patearle la tumba?. Era una ridiculez, pero ella tendría que aprender a vivir con ello, y era su deber de madre, superarlo como mejor pudiera. Sentía una impotencia arrolladora. ¿Cómo podía ser que ese hombre al que creía conocer como a ella misma, le hubiera engañado? ¿Cómo podía haberse olvidado de sus hijos y no considerar todas las situaciones traumáticas que produce la mentira? ¡Cuántas veces habían discutido sobre las consecuencias de las relaciones basadas en la mentira y el engaño! Y aún así…
Por mucho que lo analizaba siempre su mente terminaba por negarle la certeza. Le costaba lo indecible imaginarse a Sebastián mintiéndole a la cara. Hablándole de un amor, que en realidad, no sentía. Sencillamente no podía aceptarlo. Y mientras más lo pensaba, más le dolía. Pensar que sí podía ser real y que la mentira podía ser toda su vida, los últimos 10 años o los últimos 5, era algo que la llenaba de tristeza…
Muchas veces se habla del dolor, del sufrimiento, de la tristeza… pero no hay nada peor que esa pequeña tristeza, aderezada de desazón, desconfianza y desilusión en la que se sume alguien que ha sido engañado. No existe mayor devastación o peor humillación que la que siente alguien que se siente usado, burlado con mentiras, mancillado en su ingenua confianza ciega.
Y todo eso, era lo que experimentaba Sara. Sin embargo sabía, que de nada le servía la rabia y el rencor, porque no existía manera humana de cambiarlo. No se puede cambiar lo que se ha hecho. Y en la mayoría de los casos ni siquiera se puede enmendar o resarcir. No le quedaba otro remedio, que encontrar la manera de superarlo, de asimilarlo y aún así, seguir adelante con su vida, todo lo ilesa que pudiera. Finalmente llegó a la difícil conclusión, de que más allá de que su marido hubiera tenido o no una relación con aquella jovencita, había algo que era perenne: le había ocultado cosas y había utilizado mentiras para sostener el ocultamiento. Eso, simplemente eso, la decepcionaba mucho. Y, como mínimo, tendría que vivir con ello. Antes de entrar a su casa se irguió en sí misma, enderezó la espalda, puso su mente en blanco, respiró honda y tranquilamente, dejando salir el aire muy despacio… Intentó por un segundo recorrer su cuerpo con la cabeza sintiendo en qué músculos estaba tensa y cuáles otros le dolían. Procuró serenarse, expulsar los pensamientos preocupantes y despejar su cabeza de todo aquello que la encrespaba.
Un maravilloso aroma a comida la envolvió nada más entrar. Las papilas de su lengua se abrieron a paladearlo y se le llenó la boca de agua. Cerró los ojos y se dejó trasladar a su casa materna, cuando era niña. Un olor fuerte y ácido, sabroso. Carne a la bourguignon. Y puré de papas seguramente. Aquella y el lomo mechado, eran las dos recetas de agasajos. Siempre que ocurría algo importante su madre hacía una o la otra, salvando algunas excepciones en las que le gustaba experimentar con recetas nuevas. Pero esas dos, eran sus caballitos de batalla. Y de pronto Sara sintió deseos de volver a ser niña, de dejarse estar en esa dimensión donde los problemas eran cosa de los grandes. Por un momento, todo su espíritu se sintió niña, vulnerable, temerosa y quiso correr a los brazos de mamá. No obstante, no podía ser así. Era una mujer adulta, madre de dos niños. Así que tomó aire una vez más, volvió a deleitarse con el olor de su niñez, contenta de saber que aún estaba allí, feliz de tener a su madre arriba apuntalándola cuando la necesitaba, agradeciendo todo lo que esa casa contenía: su familia, sus amores, su sostén. Podía ser una mujer y enfrentar la vida, porque allí dentro, tenía su red. Con una inmensa sonrisa subió las escaleras. En el hall se quitó la campera mientras disfrutaba del ruido de platos y ollas, proveniente de la cocina y las risas de sus hijos que se elevaban ligeramente sobre los gemidos cansados de su padre.
- ¡Pero bueno! ¿Que está pasando acá? – dijo con una risita jugándole en los labios.
- ¡Mamá! – gritaron los chicos al unísono, mientras corrían a sus brazos.
Sara se inclinó en cuclillas y casi la tumbaron. Ella juntó un poco de fuerza y los tumbó a ambos en el piso haciéndoles cosquillas. Tuvo que alejarse un poco porque Cami era famosa por patear mucho cuando se reía, pero pudo dominarlos a los dos. Su padre se puso lentamente de pie, quejándose con cada esfuerzo.
- Ya no estoy para estos trotes…
- ¡Oh! ¡Papá, no me digas eso! Yo pensaba dejarte a los niños un par de meses…
- ¡Mamá. Mamá, vení a ver los dibujos que hicimos!
- Bueno, si me esperan a que vaya a saludar a la abuela…
- ¡No, no, no! ¡Ahora!
Ella y su padre cruzaron una sonrisa.
- Había olvidado porqué se habla del síndrome del pequeño rey…
- ¿Porque todos los reyes son caprichosos tiranos?
Ambos rieron hasta dolerle la panza mientras los chicos los miraban reprobatoriamente. No entendían bien el intercambio de ironías, pero bien sabían que hablaban de ellos. Y no parecía ser nada bueno.
- Está bien, está bien… vamos a ver que dibujaron sus altezas – dijo - con un dejo de picardía y un guiñó de ojo a su padre.
Cuando pudo despegarse de sus hijos que corrieron desesperados a mirar un rato de televisión “antes de bañarse”, se encaminó a la cocina. Allí, le contó brevemente a su madre la entrevista con “Yamila” en tanto acababan de preparar la cena. Brígida se mantuvo silenciosa y no hizo preguntas hasta que ella se calló.
- ¿Y tú que piensas?
- ¿Yo que pienso de qué? ¿Si creo que me engañó?
- Ajá.
- La verdad mamá, que no lo sé…
Brígida iba a desenterrar a ese hijo de puta si la había engañado. Lo iba a desenterrar y dejar tirado en cualquier lado. No merecía permanecer en tierra santa. Sentía una enorme rabia por dentro. La ira irlandesa era temida en su región. Eran poetas, soñadores, hacedores y cantadores de leyendas, creyentes de los seres mágicos, altamente espirituosos, pero también: muy iracundos. Sin embargo, una madre es una madre.
Guerreras por naturaleza y sabias estrategas. Revolver el enfado, no haría más que lastimar a su hija, colmarla de preguntas que ni ella sería capaz de responder, sería empujarla hacia el vacío.
Solo le quedaba esperar a que su hija develara lo que creyera necesario y luego actuar en consecuencia. Más allá de la venganza, muy por encima de ella, estaba el bienestar de su hija.
¡Maldita sea! ¡A ella también le costaba creerlo! ¡Verdaderamente no lo vio venir! Sebastián parecía siempre tan enamorado, tan feliz, que era difícil de imaginar. Lo mejor sería esperar a la resolución del jurado. Así que simplemente asintió como si comprendiera.
- Mamá… humm… ¿sospechaste alguna vez de papá?
- Hija, si en algún momento hubiese creído que tu padre podía estar engañándome, no dudes que a esta altura se le habrían quitado las ganas de hacer tonterías. Creo que antes de verme así de enfurecida, preferiría una miradita del ojo posterior de Balar.
Sara no pudo más que reír, al imaginarse a su padre escogiendo la mirada letal de un gigante antes que los gritos y golpes que su madre era capaz de propinarle.
- La verdad Sara, es que siempre he sido celosa y no hubiera podido subsistir si tu padre no hubiese sido siempre tan cálido y cuidadoso como es. Pero bueno, yo le tengo paciencia en otras cosas, y siempre he sido muy agradecida con el respeto que me dispensa. Hija, un matrimonio es una perpetua negociación. El poder nos pertenece a los dos y tenemos que distribuirlo. Claro que para ello, siempre se necesita tener la misma meta: que la pareja funcione.
- Ya…
- Bueno, ¿que te parece si nos dejamos de tanta cháchara y nos dedicamos a alimentar a esos monstruos?
Sara asintió silenciosamente y su madre presintió que algo de la charla la había dejado pensando, fuera de juego. Maldijo nuevamente lo confusa que era toda la situación y se preparó para volver a levantar los ánimos durante la comida. ¡Sabía que podía distraerla! Al menos, por las horas que le restaban a ese día.
La cena, fue como todas las cenas de una familia con dos niños… muy divertida. ¡Hacían unas preguntas! Sara no podía más que reírse de las peleas de los chicos, incluso los insultos eran graciosos, ingenuos, inofensivos. Las caras de enojo haciendo énfasis con bocas trompudas y ojitos cerrados… y el típico lloriqueo caprichoso de: “¡Mamá! ¡Mirá lo que me dice Camila/Damián!”
Los niños resultaban un manantial de brillo y frescura. Su pureza y sencillez invadían el corazón de Sara y arrancaban sonrisas babosas de sus abuelos. Después de bañarlos, pidiéndoles aproximadamente 100 veces que se estuvieran quietos, que mamá estaba cansada, que ya era hora de dormir… consiguió llevarlos a la cama. Camila temiendo ser destronada de su rol de hermana – guía, velozmente le arrebató el libro de cuentos de la mano a Sara y le dijo que “ella” le leía a Damián por la noche. Sara no podía estar más feliz, así que les dio unos cuántos besos a los dos y se retiró a su habitación.
Eran apenas las 11 de la noche y ya estaba lista para acostarse a dormir. Incluso pensó para sí misma que si pudiera dormirse por unos cuántos días, no le molestaría en lo absoluto.
¡Solo la apenaba dejarles el trabajo de esos dos demonios de tasmania a sus padres!
A la mañana siguiente llamó a la oficina para ver como iba todo, sus compañeras le dijeron que estaba todo en orden, que no tenía de qué preocuparse y que se tomase el tiempo que necesitara. Sara sabía que como en todo trabajo, más de una se estaría regodeando en los chismes. Pero eso no importaba. Solo ella y su familia: nada más. Ya le sobraría tiempo para plantarle cara a las especulaciones ajenas. No es que no se sintiera el hazmerreír del pueblo, pero su dolor superaba con creces cualquier otra situación. Es más, había pensado sacar por unas semanas a los niños de la escuela, temiendo los comentarios maliciosos, crueles e irresponsables de los otros niños. Los imaginaba diciéndoles “tu papá le ponía los cuernos a tu mamá con una chica que podría ser su hija”.
Pero, finalmente, nada había sucedido. Los niños regresaban a casa tal y como se habían ido. Realmente, el mantenerse ocupados había impedido que se deprimieran. Sara intuía que solo era un impasse, una tregua que le daba la vida para respirar. Más tarde o más temprano, la ausencia de Sebastián se haría sentir, se volvería palpable, y ella tenía que encontrarse fuerte para contener la fortísima oleada de dolor que asolaría su hogar.
Mientras tanto, tenía que despejar un poco esa bruma espesa que cubría sus sueños. De tal modo, que después de haberse tomado unos mates con su padre se dispuso a salir.
- Papá, en un rato regreso, tengo que ir a hacer unas compras…
- Ernestooooo… ¿anoche sacaste la basura…?
Su padre hizo un mohín irónico antes de responder de la misma manera, imitando a Brígida:
- ¡Siiii queridaaaa… después de comeeer!
Los dos rieron a carcajadas y Brígida asomó la nariz a la cocina desconcertada:
- Ay, hola hija… pensé que dormías…
- Mamá, si durmiera ya me habrías despertado con esos gritos…
Timbre. Miradas.
- Ah no, yo no atiendo a nadie más que venga a presentar sus respetos… - se atajó Sara.
- Hija, es lo que corresponde.
- Que no, mamá, ve tu y di que estoy en cama.
- Ya, ya, voy yo así se dejan de tanto escándalo.
Burlonamente, Ernesto hizo una gran inspiración de aire, se irguió bien derechito de hombros y se encaminó como quien se va a la guerra.
Minutos después se escucha un pequeño barullo y entra como un terremoto en la cocina.
Milena.
Milena, la hermana menor de Sebastián.
Milena, que era una copia femenina del esposo de Sara. Milena, con esos mismos ojos…
Sara sintió un nudo que se le atravesaba en todo el cuerpo, los músculos tensionados y una sensación in crescendo de no poder respirar. Se le borró la sonrisa de la cara, se le aguaron los ojos, se le cerró el pecho y supo que iba a caerse.
Y se cayó.
Cuando pudo abrir los ojos, tenía la cara preocupadísima de su cuñada a tres centímetros. Sintió a su madre sosteniéndole la cabeza a los lados y vio a su padre con un potecito de crema de alcanfor en la mano. Intentó moverse, pero Milena la sujetó con pericia.
- Oye, chica, acabás de caerte y darte toda la cabeza contra el suelo. Dejame ver que no tengas cortes.
Hábilmente tocó toda su cabeza y no sintió humedad en ningún momento.
- Bueno, ahora poco a poco, podés sentarte. Ernesto déme una mano así la ayudamos a pararse.
- Creo que estás exagerando, Mile.
- Sí, claro, porque vos no escuchaste el ruido de tu cabeza cuando tocó el suelo. Pero con suerte, no va a ser más que un chichón.
- Perdonáme, es que… fue como ver entrar a Sebastián por la puerta.
Todos se miraron y permanecieron en silencio. Milena se secó una lágrima que le había corrido por la mejilla.
- Sí, me pasa cuando me miro al espejo. Es un karma que nos hayamos parecido tanto. Creo que a mis propios padres les cuesta mirarme en este momento.
Sara se sentó en la silla más próxima y Brígida se ocultó en la cocina con la excusa de arreglar el mate. Ernesto se había quedado como paralizado, sin saber bien si tenía que irse o correspondía quedarse y brindarle apoyo logístico a su hija. Milena le resolvió el problema.
- Ernesto, hombre, ¿va a quedarse ahí hasta echar raíces? Siéntese y nos tomamos unos mates, mientras acompañamos a Sara que tiene que estar observada unas cuántas horas.
- Pero… Milena, yo iba de salida.
- Pues acabas de cambiar de planes y te vas a quedar aquí un rato más. Que vine a visitarte, a ver a mis sobrinos y a hacerte caer de culo.
- Pero…
- Sara, de verdad que el golpe a sido fuerte. No podés dormirte y hay que controlarte porque si es solo una contusión no pasa nada, pero podés caerte redonda en cualquier lugar, en cualquier momento…
- Sara, Milena tiene razón… - objetó Ernesto suavemente y cortando de cuajo cualquier oposición que pudiera presentar.
Brígida cuando escuchó los ánimos más calmados, apareció como por arte de magia con el mate.
Charlaron aproximadamente una hora y ya Sara veía la mañana perdida, entonces se puso de pie y sentenció:
- Bueno, tengo que ir a hacer esas compras.
- ¡Compras! ¡Te acompaño!
- Pero… te vas a aburrir Milena, tengo que ir hasta la otra punta de la ciudad…
- No importa, no tengo nada más que hacer, de paso de cuento de mis padres… que por cierto, tienen muchas ganas de venir a ver a sus nietos.
- Entonces ¿porqué no regresas a hacerles compañía y vuelven esta noche para una cena en familia?
- La cena en familia me parece perfecta, pero ahora te acompaño, no podés manejar después de semejante golpe.
Sara iba a protestar, pero todas las miradas de la mesa, la hicieron cerrar la boca. Ahora tenía que pensar cómo se iba a escapar de esa emboscada.
Una vez en el auto, Milena le contó que su madre se encontraba muy mal, que no había forma de dormirla sin sedantes y que se pasaba el día agitada, exaltada, en un estado de nervios a punto de explotar. Su padre también estaba muy decaído pero se mantenía ocupado cuidando de su mujer.
Ninguno de los dos dejaba de poner cara de congoja cada vez que se la cruzaban.
- Es que Sebastián y vos se parecen tanto… hacen los mismos chistes, tienen ese mismo brillo en la mirada… parecen duendecitos.
- Ya.
Milena se acercó al cordón y clavó los frenos.
- Bueno, ¿a dónde voy?
- Al Carrefour…
- No, de verdad: ¿A dónde voy?
- Santiago y Suipacha.
- Ubicáme.
- Mmmm… al centro y yo te guío.
Su cuñada no dijo nada y con presteza se encaminó al lugar indicado.
- Entonces… ¿vamos a ver a la chica?
- Voy. Voy a ver a la chica.
- Sara, escuchame. Si vos querés, yo me quedo en el pasillo. No hay problema. Pero te voy a acompañar. No sé quién es esta chica, no sé que habrá significado para mi hermano. No sé que pasará cuando conozca su historia. Sebastián era mi hermano. Pero con vos vivimos muchas cosas. Terminé de crecer en su casa. Te voy a acompañar en ésta. No me dejes a un lado.
Sara se quedó mirando el paisaje, callada, por la ventana del auto. Milena no dijo nada más.
Estacionaron cerca de la entrada y Sara se dirigió sin dudarlo hacia la habitación.
- Duerme.
Max tenía un vaso con café humeante en la mano y estaba apoyado contra el quicio de la puerta.
- Buenos Días oficial Suárez.
El policía estudiaba absorto a Milena.
- Milena, la hermana de mi esposo.
- Milena, la cuñada. – rectificó la misma Milena extendiendole la mano.
- Mucho gusto, Max.
- El oficial Suárez estuvo a cargo del caso del accidente. Está esperando datos de la chica… Yamila, se llama, para ver qué puede hacer por ella. Bueno, si me disculpan, voy a entrar.
Ninguno de los dos se movió del lugar. Sara dudó un instante, solo para darse vuelta y decirle a Milena que si lo deseaba, podía acompañarla. Suárez no pareció inmutarse al ser excluido de la invitación. Simplemente, se sonrió con tristeza y se instaló frente a la puerta en un largo banco de cuerina blanca.
Sara y Milena entraron suavemente, pero al cerrar la puerta, la cerradura hizo un chasquido y la joven abrió los ojos. Cuando vio a Milena se puso pálida.
- Buenos días Yamila, te presento a Milena, la hermana de Sebastián.
La joven intentó una sonrisa amigable, pero Milena la estaba midiendo con detenimiento. Joven, de tez oscura, nariz ancha, labios carnosos, mirada de perrito abandonado, interminables pestañas negras como el carbón. Una belleza exótica. Si pudiera volvería a matar a su hermano.
El reconocimiento no pasó desapercibido a Yamila quien se puso colorada y bajó la mirada. Incluso Sara pudo percibir la humillación que estaba sintiendo la niña ante semejante escrutinio.
- ¿Cómo te sientes hoy? ¿Cómo se encuentra el bebé?
Milena se atragantó con saliva y para no toser se tragó el ahogo, sintiendo como se le ponía la cara colorada y le faltaba el aire. ¿Su cuñada había dicho que la joven estaba embarazada? Como sabía de sobra que no era momento para escenitas y que Sara era toda una dama, decidió guardarse las preguntas para después.
- Bien, gracias señora. Hoy he dormido un poco mejor, aunque tengo el cuerpo muy adolorido. Por el embarazo intentan no sedarme demasiado.
- Bueno, eso es lo importante.
- Yo… quería aclarar con usted lo de ayer…
- Ahora tenés que recuperarte.
- Lo sé, pero señora, su esposo fue tan bueno conmigo…
Milena se irguió para defender a Sara, dispuesta a saltar sobre cualquier otra cosa que pudiera dañarla. Inconscientemente la aludida también se enderezó sobre su cuerpo, preparada para cualquier cosa.
- Nos conocimos hace varios meses atrás…
- Oye, podrías ahorrarle la historia, no?
Milena estaba rabiosa, pero consiguió teñir su voz de un tono de ruego.
- No es lo que ustedes piensan… Nos conocimos hace meses atrás. Yo… decidí irme de mi casa. Vivo al norte y estaba cursando Derecho cuando me enteré que estaba embarazada. No fue un embarazo programado, ni siquiera conocía bien al padre. Era un chico de Buenos Aires que fue una semana a un congreso en mi universidad. No solamente era lindo, sino también educado y la pasaba muy bien con las chicas. Al principio pensamos que era gay, pero no, me invitó a salir y nos vimos varias noches. Yo provengo de una larga familia, muy tradicionalista, de corte patriarcal. Somos muy rectos en lo que respectan a estas cosas.
La joven se detuvo y agarró el vaso de agua dispuesto en la mesita de luz. Sara, a pesar de que le temblaban las piernas, se acercó a quitarle el precinto a la jarra para servirle. Milena, con la misma sensación, había ocupado una silla que se hallaba a los pies de la cama.
- Yo sabía que mi padre cuando se enterase iba a querer que abortara. Y si bien yo no estaba lista para tener un niño, no quería tampoco eso. Y allí estaba yo, hundiéndome en la desesperación, cuando decidí que lo mejor era irme de mi casa. En el camino quise llamar al padre, pero el teléfono que me había dado no era real. O su nombre no lo era, no sé… Entonces, su esposo que iba a una reunión con una fábrica de la zona, se ofreció a acercarme unos kilómetros. Durante el viaje me contó de usted, me mostró fotos de sus hijos y hablando, le conté mi historia. Le dimos muchas vueltas, me preguntó si mi familia no aceptaría que lo diera en adopción, pero eso era impensable. Una mujer soltera y embarazada en mi familia es una humillación, una indecencia. Me casarían con cualquiera para evitar la vergüenza. O venderían al niño. Allá muchas familias, incluso las mejor acomodadas, están comerciando con niños… hay mujeres a las que se les paga solo por engendrar y entregarlos. A las familias de cierto renombre, este mercado les sirve para deshacerse de las equivocaciones. Por otro lado, yo no quería entregar el niño a desconocidos. Entonces, y para no darle muchas más vueltas al asunto, me dijo que me regresara a mi casa hasta que se notara el embarazo, que continuara los estudios. Durante este tiempo hablamos mensualmente por teléfono, solo para saber sobre el niño…
- ¡Pero en qué pensaba Sebastián por Dios! – exclamó Sara.
- Bueno… cuando se me notara el embarazo, él me traería a conocer a su familia. Me quedaría aquí unos pocos meses. Por fortuna, pude esconderlo hasta el sexto mes porque soy muy delgada.
- Por Dios…
- Señora, su esposo solo quería que yo supiera que dejaba a mi hijo en buenas manos. Él quería que ustedes lo adoptaran.
- Oh Dios...
8 comentarios:
Estoy con Dante. Me tirás ésto, y estoy a full.
Dame un tiempito, y te comento como corresponde. Te mando un besote!
Esta historia me atrapa cada vez más.. Excelente Cherry
Mi mayor admiración :D
Kamiiii no nos podés dejar así!!!
Atrapante, sra Scheerezada!!
Besos!!
PIPIS: Lea tranquilo... y esperamos ansiosos su comentario!
VANI: Gracias por el piropo. Es bueno saber que todavía no estropeé el suspense jajaja
WITCHIE: jeje, la idea es que la sigan hasta que termine, si no la condimento bien, los pierdo!!! :-P
Por cierto: ¿Que piensan de la historia y los personajes?
Casi siempre, cuando leemos, nuestra imaginación se dispara e intentamos adivinar la trama... o queremos que pasen "x" cosas...
¿Qué les pasa a uds. con la historia? ¿Qué piensan de los temas que entretejen estas vidas? ¿Qué pensamientos les surgen con los detonantes más fuertes, los sentimentales, la situación cultural, etc?
Alejandro: Sos una ... divina!!!
Por momentos imagino la escena en el hospital en blanco y negro como una película de Bogart...... la entrada de la cuñada estuvo estupenda........ y el policía en el pasillo... e ignorado!!! para aplaudir........
Ansioso yo!!! para cuándo la próxima entregaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
Alejandro: es terrible el dedo acusador, ser juzgado sin ser escuchado....... porque no pensar en positivo????? nooooo siempre se piensa lo peor, buscando un chivo expiatorio........
Un Abashhhoooooo!!!!
Uy Kami...
El personaje de Sara, no sé por qué se me pinta con características tuyas.
La mamá me recordó mucho a mi madre... aunque ella no es irlandesa!!
La hermana de Sebastián es como mi mejor amiga... Lista para boxearte primero y preguntar después cuando lastimás a los que quiere.
Reconozco a mucha gente en tus personajes...
Besitos de luna creciente, como la de esta noche.
ALE:
A mi me dió lástima el pobre Max... pero bueno, hay que comprender a Sara que está muy susceptible JIJI.
La cuñada es un terremoto... me hace pensar en una margarita... linda, radiante, silvestre, simple y maravillosa.
No sé si es el dedo acusador, pero está claro que en esta situación no podían preguntarle a Sebastián, no?
Además, las posibilidades no eran muchas... o era una mera casualidad o había algún tipo de engaño o mentira entre medio. Y efectivamente, la mentira y el ocultamiento estaban presentes... solo que no por lo que los demás pensaban.
WITCHIE: El personaje de Sara es re Lady... jajajajaja Te parece que yo soy así? Bueno, quizás un poco. Melancólica, seria, centrada, responsable... esta chica tiene alma de mártir... y yo un poco también tengo...
De todas maneras, todos mis personajes tienen algo mío...
- Sara: la serenidad de pensamiento antes de actuar y quizás esa maldita bondad que la hace preocuparse por un otro que pudo estar dañándola (Yamila).
- Brígida: El salir corriendo a cuidar de quien amas.
- Ernesto: La conexión empática con otros seres.
- Camila y Damián: La relación que ellos mantienen es la que yo tuve a su edad con mi hermano (casi tal cual).
- Milena: Organizada y con las pilas puestas para saltar por quien amas sin preguntar demasiado... capacidad de reacción veloz ante situaciones de riesgo.
En fin, casi todos tienen algo mío, pero a priori, es cierto que la que más lo denota, es Sara.
Así que vos también tenés una amiga "terremoto" como Milena? jajajaja
Son personajes que producen un cariño inconmesurable :-D
Besitos Embrujados!!!
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