lunes, 25 de agosto de 2008

CUENTO - SEGUNDA PARTE

Sara intentaba concentrarse en el camino. Pensaba en Sebastián muerto y las lágrimas le recorrían el rostro nublándole la vista.Tenía que pensar en sus hijos, escabullirse momentáneamente de esa realidad que le cortaba la respiración.

Es increíble el dolor intenso que soporta un corazón sin explotar. Antes cae la voluntad de quien lo lleva y piensa en arrancárselo. Destrozarlo, morir, cualquier cosa es preferible a continuar esa agonía de arder en el infierno de un alma torturada.

Sara se secó el llanto con la manga del pulóver y cerró su mente a los punzantes golpes que recibía en el pecho. Fijó la mirada en la calle... casi llegaba.

La escuela era una de esos edificios funcionales, carentes de gracia o estilo, propios de las instituciones públicas. Al observarlo atentamente, era normal comprender como es que cada mañana para los niños, era un suplicio.

Aquel espacio no motivaba ni estimulaba a nadie, mucho menos a los pequeños. Aquellos largos y sombríos pasillos de pintura amarillenta y blanca. Las humedades de las esquinas, los cascarones de las paredes y el color tan insulso propio de los edificios públicos.

Hacía varios años atrás habían acordado con Sebastián enviarlos a la escuela pública. A pesar de poder pagarles un colegio privado, ambos coincidían en que la escuela pública, el roce con todas las realidades, los volvería más concientes de la situación de su país y sus compatriotas.

Y no se arrepentía, ni siquiera en ese momento en que la visión de la escuela la deprimía. Sus hijos tenían amiguitos de todas las formas y colores, eran generosos y compartían lo mucho o poco que tenían y se preocupaban en la medida en que iban comprendiendo, de las cosas que de verdad importaban.

Damián y Camila no miraban las etiquetas de marca de las ropas, no eran caprichosos con sus juguetes, siempre pedían permiso, por favor y agradecían. En muchos aspectos, esos niños la enorgullecían como jamás pensó que podrían hacerlo.

Un escalofrío helado le recorrió la espina dorsal cuando los vió sentados en la escalinata inmensa de piedra fría. El dolor más agudo que nunca hubiera sentido le atenazó el estómago.

Los chicos estaban sentados sonriendo y jugando a algo con las manos, sin caras de fastidio o enojo porque su padre se retrasara en ir a recogerlos. Ignorando descaradamente el hecho de encontrarse solos ya, en las puertas de la escuela.

Sara detuvo el coche y ellos levantaron la cabeza distraídos... antes de que ellos se abalanzaran sobre el coche, ella abrió la puerta y corrió rauda a sus brazos. Pudo ser el abrazo demasiado apretado, esa sensación de por un segundo poder detener la rotación del mundo si dejaba de respirar... pudieron ser muchas cosas. Lo cierto es, que los niños se miraron entre sí y supieron que pasaba algo.

Esperaron pacientemente a que su madre dejara de estrangularlos para mirarla fijamente a la cara.
Un rictus de dolor le cruzó los labios y sintió como le latían y ardían los ojos cuando miró a sus hijos.

(No debo llorar, no debo llorar, no debo llorar... Ahora no, después: sola)


- Pensé que papá venía a buscarnos hoy. ¿Mucho trabajo? - soltó Cami con bastante perspicacia.

Sara vio como la sospecha se acurrucaba en un lugarcito de la mente de su hija. Vio en sus ojos muchas preguntas que estaba acallando.

- Vamos a casa chicos. Es tarde, todavía no comimos y tenemos que hablar.

Los chicos volvieron a intercambiar miradas y tras un breve diálogo mudo, coincidieron en aplazar las preguntas sobre qué era lo que estaba ocurriendo.

Por lo general, era Camila quién tomaba estas determinaciones. Damián, solo acataba las órdenes y pareceres de su hermana mayor. Para él, ella era su ídolo máximo. Siempre sabía qué hacer.

En el auto Sara procuraba contener el llanto mientras miraba a los chicos jugando por el espejo retrovisor. Tenía el volante firmemente agarrado para controlar el temblor de las manos que ya no le respondían. Todo su sistema nervioso se había revelado y apenas pensaba con claridad.
Conducía despacio, quizás más que de costumbre. Mientras pensaba que les diría, cómo lo haría, cuáles eran los pasos a seguir.

Contener a sus niños, consolarlos, cuidarlos. Llamar a la comisaría, al abogado, a sus padres.

(Oh! Por Dios! Tenía que llamar a sus suegros!)

La sola idea de tener que llamarlos para darles tan nefasta noticia le ponía la piel de gallina. ¿Cómo se le da una noticia así a un padre?Maldijo una y mil veces la distancia que los separaba. No poder decírselos de frente, arrojarse a sus brazos y ser comprendida. No poder llorar en sus hombros, dejarse llevar, acompañarlos en el dolor y también, ser reconfortada.
Claro que ella podía llamar a su madre. Debía, llamar a su madre. Urgentemente.
Alguien tendría que cuidar de los pequeños mientras ella diligenciaba todo.
Cautamente ingresó en su cochera, abrió las puertas de sus hijos y los vio salir corriendo inconscientes de todo y perderse en su hogar, dejando a su paso un reguero de ropas escolares y las mochilas.

Inmediatamente, levantó el teléfono y discó el número de su casa. Podía imaginar a su madre retirando los platos de la mesa o lavando los platos. Su padre seguramente estaría fumando un cigarrillo fuera, con el diario y un café entre las manos. A pesar del frío y el invierno, su madre no le permitía fumar dentro de la casa.
Sonó una, dos y tres veces...

- Hola...

- Hola mamá...

Y no pudo más. Sus hijos estaban arriba y ella de pronto se dio cuenta de todo. Sebastián no iba a volver nunca más, jamás volvería a ver su rostro, a acariciarlo con la mirada, a reír con él. Inesperadamente, tomó conciencia de que un mundo de trámites y situaciones espantosas se le venía encima. Ya nada volvería a ser igual. NADA, NUNCA. Finalmente se quebró, se dejó caer desde la cordura y lloró, se ahogó, tosió.

- Mamá, necesito que vengas. Sebastián tuvo un accidente, murió, los chicos están en casa y yo estoy sola...

El silencio se extendió en la línea mientras contenía el aire para detener los sacudones de su cuerpo, los estertores de su pecho, el temblor de las manos.

- No te muevas Sara, en 5 minutos estamos allí.

- Por favor, trae una pizza, se me quemó el almuerzo de los chicos.

El sonido del teléfono al cortar la dejó enmudecida, como paralizada. Se miró las manos, alrededor de ella, su sala de estar, todo parecía salido de un sueño. Una nebulosa borrosa y palpable se esparcía frente a sus ojos.De lejos, le llegaban las voces y las risas de Damián y Camila.Solo debía sostenerse un rato más. No mucho, lo justo para que su madre llegara. Respiró hondo y decidió no moverse de la silla. Temía desmayarse.

De pronto le llegó a los labios una vieja canción de sus antepasados. La única que sabía en gaélico, la única canción que resistió y permaneció en la memoria de su tatarabuela y que desde entonces todas las madres de su familia le cantaban a sus pequeños.

Bajito, casi en un susurro, se aferró a la tarea de recordarla y entonarla como si fuera una letanía. Sabía en el fondo de su mente que era su salvavidas, el hilo que la sostenía al borde la locura.

Pensó y rogó para que Camila y Damián estuvieran lo suficientemente entretenidos como para no bajar en la próxima media hora. Rogó para que sus padres no demoraran. Rezó con toda su alma para no enloquecer, para no deprimirse, para no sumirse en la desesperación. Se repitió una y otra vez que sus hijos la necesitaban. Que aún no sabían nada.

El timbre la sacó de su ensoñación y la obligó a dejar el ostracismo en el que había caído. Su madre la estrechó fuerte entre sus brazos y su padre detrás de ella, la miraba con los ojos vidriosos.

Sara no supo bien por qué, pero aquél abrazo la volvió vulnerable, le recordó lo que intentaba olvidar con todas sus fuerzas. Puso distancia y se hizo a un lado para que pasaran. Por un breve momento la angustia de exponerse a otro abrazo la dejó anonadada. Sin embargo, y para su fortuna, vio que su padre cargaba con tres cajas de pizzas y una bolsa con gaseosas.

La carrera de los niños por la escalera le detuvo el corazón. De repente era completamente consciente de cada situación de vida y muerte. De riesgo y seguridad. No pudo evitar el chillido histérico que se escapó de sus labios:

- ¡Chicos no corran por las escaleras!

Sin poder controlar sus nervios, o su cuerpo, se abalanzó sobre Camila que llevaba la delantera y agarrándola del brazo la sacudió un poco.

- ¡Pueden caerse y lastimarse! ¡Cuántas veces les he dicho que no corran por las escaleras, Dios mío!

Sus hijos la miraron asustados. Camila contuvo la respiración y el llanto.Cuando levantó un poco la cabeza miró a sus padres. Su mamá tenía grabado aún en el rostro un gesto premonitorio, y todo su cuerpo estaba en tensión como quien intenta detener a alguien. Su padre en cambio, miraba con infinita tristeza al suelo.
Damián la perforaba con una mirada reprobatoria.

- ¿Que hacen los abuelos acá? - dijo tímidamente, como esperanzado de distraer su atención de su hermana.

- ¡Trajimos pizza y gaseosas para el almuerzo!
- dijo Brígida, como si aquello fuera un detalle común o una fiesta.

La niña miraba con suma desconfianza a Sara y luego a su abuelo. Era hora de coger el toro por las astas y Sara lo sabía.
Sólo hubiera deseado poder disimular un rato más la situación para que sus niños comieran tranquilos.

- Bien. Chicos, tenemos que hablar. Vengan al living un ratito.

Brígida la miró buscando alguna orden, una señal que le indicara si necesitaba ayuda.

- Mamá, por favor encárgate de la comida.

Los chicos la siguieron en completo mutismo y se acomodaron en el sofá.

- Chicos, antes de irlos a buscar a la escuela dos oficiales estuvieron en casa. Vinieron a avisarme que papá tuvo un accidente con el auto muy serio.

- ¿Le pasó algo a papá? ¿Está bien? ¿Dónde está? ¿Por qué no fue a buscarnos a la escuela?

Todas aquellas preguntas y la ansiedad en los ojos de Camila le destrozaron el corazón. Por una fracción de segundo pensó cómo podía decírselos sin devastarlos. Pero no había manera. No existe la forma delicada para anunciar la muerte, para enfrentarla. Es extremadamente dura y letal por sí misma.

- Papá murió en la carretera - dijo haciendo un esfuerzo sobrehumano por no derrumbarse. Ese día le estaba pidiendo Dios mucho más de lo que ella podía soportar.

Damián se quedó de piedra intentando comprender. Sabía lo que era la muerte, pero no era capaz de trasladarlo a aquel momento. De todas maneras, pensó Sara, cómo se le podía pedir aquello a un niñito de la edad de Damián, si ella misma era incapaz de hacerlo.

- ¿Muerto? - A los ojos de Camila finalmente acudieron las lágrimas, la conciencia, el entendimiento. Y su madre pudo ver como segundo a segundo su hija caía en un profundo abismo de terror y desazón. Como su carita de niña se transformaba poro a poro en el rostro del dolor y la inocencia perdida.

Con su llanto comenzó el de su hermano y pronto ambos estaban inconsolables.

(Oh Dios, Sebastián... ¿Como pudiste dejarme tan sola? ¡¿Como pudiste dejarnos sin vos?!)

Sara abrió sus brazos y cobijó a sus pequeños polluelos en su pecho. Los dejó llorar hasta que el cansancio venció sus cuerpecitos y las lágrimas ya no caminaron hasta sus ojos.

Camila gruñó y gritó, la llamó mentirosa, quiso salir corriendo a buscar a su padre a ningún sitio, cuando intentaron retenerla lanzó sus diminutos puños contra quién se le atravesara en el camino. Estaba furiosa, enojada con la vida, con la justicia, contra aquello que no podía controlar o cambiar. Deseaba que su padre volviera, que todo fuera un sueño, que alguien le dijera que su mundo no acaba de explotar en cientos de millones de pedazos para flotar sin rumbo en una galaxia desconocida y oscura.

Por fortuna, su abuelo la atrapó entre sus brazos cuando se precipitaba escaleras arriba y agachándose la mantuvo frente a él. Cara a cara.
La mirada de del abuelo reflejaba empatía. Un mensaje secreto entre los dos: "Siento lo que tu sientes, mi niña...".

Cami hizo un pucherito más y se dejó morir y deshacer en llanto contra su abuelo quien se puso de pie con la niña en brazos como si fuera una pluma y él no tuviera 60 años.

La abuela tragó saliva, compuso la cara y con la voz más firme que pudo poner llamó a los niños a comer, sin obviar el hecho de que antes, debían lavarse la cara y las manos en el baño.La jovencita quiso protestar, excusarse, no tenía apetito. Nadie lo tenía en realidad. Sara estuvo a punto de decirle que estaba bien, que si quería fuera a recostarse, pero Brígida le hizo una seña con la cara y dijo a los pequeños:

- Vamos, tienen que comer algo, aunque más no sea una porción. Luego podrán hacer lo que les plazca. Es más, si son buenos niños y comen dos porciones de pizza, el abuelo irá a una torta de chocolate de postre.

Los ojos de Damián se iluminaron de golpe. El chocolate le obnubiló los sentidos y momentáneamente consiguió engañar al dolor.Cami en cambio continuó taciturna, pero accedió con una cabezadita.
Una vez hubieron comido, Damián se durmió mirando dibujitos animados en el sofá y Cami en posición fetal en la cama de sus padres.
La niña preocupaba a Sara. Pero ahora era el momento de llamar a los padres de Sebastián y cruzar los dedos para que no se pusieran demasiado mal. Les pediría que viajaran velozmente a casa así podrían estar todos juntos.
No sobraba el espacio, pero se arreglarían. En aquel momento lo mejor que podía pasarles era estar muy cerca.

La madre de Sebastián, quedó destruida. Llamó a su cuñada para que fuera a mirar a sus suegros y consolarlos. Se sintió casi culpable, responsable, por tener que infringir tanto dolor.

Su cuñada, Milena, la llamó horas más tarde para tranquilizarla. A Celina le habían dado un sedante y su marido estaba acomodando las cosas para ir para allá. Sus suegros eran increíbles.

Ellos viajarían en primer lugar, y mañana o pasado lo haría Milena y su novio. La joven fue la única que preguntó por Sara y los niños. Todos los demás estaban centrados en su propio dolor.

Incluso cuando se lo preguntó, Sara no supo qué responderle. Se había diluído su participación en todo el drama mientras fue capaz de pensar y hacer por los demás. Ahora, la soledad y la incertidumbre volvían a erguirse sobre ella. Otra vez no era posible pensar claramente, comenzó a marearse y se aterró pensando en un ataque de pánico. Un sigiloso sudor frío se deslizó por su espalda y entonces sintió el latido de un corazón en la sien.


- Sebastián no viajaba solo, Milena. Iba con una mujer. Ella está viva pero muy grave. Tengo que ir a reconocer su cuerpo y no me siento capaz de verlo. Me pidieron ayuda para identificarla a ella y no quiero ir.


- ¿Sebastián? ¿Te engañaba? ¡Sara cómo jamás nos dijiste nada! ¡Hijo de la gran puta! Será mi hermano pero es un cabrón hijo de la gran...


- ¡Milena!- gritó fuera de sí Sara.
- No sé si me engañaba, no sé quién es ella, no sé nada de todo esto... y temo muchísimo no haber sabido nada de mi propio esposo...

Allí estaba ella, Sara. Una mujer atractiva, con la vida resuelta, con su increíble marido, sus hermosos hijos, su casita de cuento de hadas, viendo como todo a su alrededor se desmoronaba. Cómo quizás, jamás había existido. Tal vez, aquella perfección fue ilusoria todo el tiempo.
Y entonces recordó la noche anterior, su cuerpo en brazos de Sebastián... y se sintió sucia. No sabía que la ensuciaba más... si la vil sospecha, o la cruel mentira.
Luego de asegurarle a Milena que esa tarde resolvería aquel entuerto, o buena parte de él... fue a ducharse.

Su madre insistió muchísimo en qué se recostara un momento, pero ella hizo caso omiso de sus recomendaciones.
Por último acabó aceptando que su padre la llevara hasta la comisaría y la acompañara a ver a Sebastián.
Todavía se debatía respecto de enterarse más sobre la acompañante... pero intuía que vivir con la duda era peor que la más despiadada realidad.

Camino a la comisaría no pudo dejar de pensar en ello. Su padre la miraba de reojo, pero conducía de manera impecable.
Un par de veces, le dio la impresión de que estaba a punto de preguntarle algo, pero no lo hizo. Simplemente esperó.
Cuando se bajó del auto miró frente a aquel pequeño recinto, sintió el sol que le acariciaba la piel como si todo siguiera igual, como si nada hubiera roto el equilibrio y la rotación del mundo. Pero su mundo se había desintegrado a sus pies.
Una suave brisa le hizo cosquilla en los brazos y allí permaneció un minuto viendo la gente que entraba y salía apresurada.

Su padre la tomó del brazo brindándole su apoyo. Ella lo miró, tomó aire como si hiciera horas que no lo hacía y dio los primeros pasos hasta el ingreso.
No sabía muy bien que le deparaba el destino. Pero sin dudas, allí había algo que no le gustaba...



CONTINUARÁ...

12 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero...
Todavía no voy a opinar
Beso
Indu

PD:Demás está decir que me tiene expectante.

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

INDIANA: Su mutismo me preocupa... no puedo evitar preguntarme qué es lo que está pensando... cómo le gustaría que siguiera la historia... si me odiaría en caso de que Sebastián engañe a Sara... si preferiría descubrir que la mujer del auto es un alienígena... si me asesina en caso de que alguno de los chicos sufra... me pregunto "qué está pensando"...

Anónimo dijo...

Yo ya lloré...
Qué lindo que escribís Cherry...

Anónimo dijo...

Alejandro:
Neeeenaaaa!!!el suspenso que creaste me está matando!! Hay mucho dolor y se siente... que Grande el abuelo!!!!
y ahora, cuánto tiempo tenemos que esperar para la continuación?
Un abashooo!

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

KATNY:

No me lloresssss bonita!!! Son cosas que pasan...

Me alegra que te guste!!!

ALE:

Suspenso? Ups... bueno, escribiré la continuación en cuánto pueda jeje... es que ando un poquita corta de tiempo... y lo voy escribiendo sobre la marcha...

**Dicho sea de paso: Disculpen los errores tipográficos y alguno que otro que se me escapó en el tipeo, es por escribir con prisas y solo revisar por encima antes de publicar...

Andrea Landella dijo...

Mi querida Kami:
Este cuento con toda la espera y todo lo que se siente es impresionante...
Espero la próxima parte...
Besos

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

WITCHIE!:
Ahhhhh... ustedes me emocionan con tanto piropo!!!
El sentimiento es complejo, el dolor debe ser tanto que por momentos me cuesta encontrar las palabras. No porque no existan sino que probablemente, las más fuertes, las más precisas ya las he utilizado en otras oraciones. Y el sentimiento se corresponde con varios personajes... o quizás sea yo, que escribo de corrido - como siempre - no me doy los tiempos suficientes para buscar los sinónimos necesarios... no sé :-P

Pero la verdad, me sorprende (más que gratamente) todas las emociones y opiniones que está generando esta historia!!!!

Me tienen emocionada chicos!!!!

Gracias muy sweet witchie por tanto mimo que me das!!!

Anónimo dijo...

Mire Cherruna, lo único que deseo y espero es que Sebastían no le haya metido los cuernos a Sara ya que si ese es el caso, y bueno accidentes pueden pasar :) y no la odiaría como autora.

Ahora bien, después que termine con la putísima germinación del poroto y sus 8 semillas que no siguieron las instrucciones de la vida misma, continuo con mi comentario.

India

odinstack dijo...

No pensaba comentar nada, pero me impresiona lo fácil que le resulta armar y mantener una atmósfera en una historia. No me pude aguantar. Bueno, ya está. Ya lo dije.

Me vendría bien aprender eso de ud., Cherry, para mejorar mi manera de escribir.

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

SOKON: Ahhhh... lo extrañaba!!!

Perdonen las demoras en contestar, pero vengo de unas semanas muy ocupada...)

Vea... siempre me quejé de lo mucho que me cuesta escribir largo. Siempre iba a la acción, a lo que pasaba, y me olvidaba de describir. Describir personajes, paisajes, situaciones, sensaciones, sentimientos...
Finalmente estoy empezando a hacerlo. Me alegra saber que pueden sentir la atmósfera, o a los personajes, porque es algo que durante muchos años se me escapó. Es como si siempre hubiera pensado que uno es lo que hace. Y así eran mis historias. Se comprendía al personaje a través de lo que hacía y decía.
Ahora pienso en todas aquellas cosas que se nos escapan y que hacen que un personaje actúe de determinada manera. Lo que piensa, lo que presiente, lo que siente, lo que malinterpreta... incluso el ambiente en el que transcurre la situación.
Y me hace muy feliz saber que eso llega. Pruebe.
Le confieso que al principio cuesta, pero al final, como todo, uno lo va incorporando.

Como siempre, este capítulo también sale del tirón... no lo he corregido ni nada. Lo escribí y lo publiqué, así... sin más preámbulos.

Sé de alguien que me va a criticar por eso... JIJI.
(Besitos para vos zoquete criticón)

Ah! Antes que me olvide: SOKON, uno no escribe mejor o peor que nadie. Si la historia engancha, el resto es cuestión de estilo.
Es la marca personal de todos los que escribimos.
Hay un par de textos que yo le envidio terriblemente al zoquete... pero jamás podrían ser míos. Yo no los hubiera escrito así. Y así, son perfectos.
Por eso son suyos.

Y usted SOKON, tiene su propio estilo. Pero si le parece que algo le falta a su estilo y le gustaría tenerlo... eso. Es otra cosa. Ya sabe, es cuestión de sentarse a escribir...

"Caminante no hay camino, se hace camino al andar..."

Zeta dijo...

Bueno, veo que adivina que, aunque rodeado de un piadoso manto de silencio, sigo estando acá, je.

Zeta dijo...

Una pequeña crítica (para no defraudar) (aunque con formato de consejo): el siguiente paso a trabajar son los diálogos ;)

Ojo (iba a aplicar un diminutivo de ojo, y luego de escrito me di cuenta cuán inadecuado era): mi anterior comentario no significa que no me guste la historia. Muy por el contrario todo al revés...