martes, 12 de agosto de 2008

CUENTO - PRIMERA PARTE

Sara vivía su perfecta vida, en una hermosa ciudad, muy cosmopolita de la República Argentina. Tenía dos niños: Damián y Camila. Dos indios que le desordenaban la vida, que alteraban todos sus relojes biológicos y que la hacían inmensamente felíz. Podría decirse que eran lo más importante de su existencia.
Sin embargo, el milagro de su vida, su orgullo personal, era su marido.
Sebastián la había encandilado con su primer sonrisa, 15 años atrás en una biblioteca. Sus miradas se cruzaron magicamente y el corazón de Sara saltó del susto cuando se tropezó con aquellos ojos verdes que la miraban intensamente. No había que ser una luz para saber que la estaba mirando desde hacía un rato.
Y en ese momento, rodeados de un silencio palpable, de estanterías repletas de libros, del aroma a hojas viejas, él sonrió y ella se enamoró.
Sebastián se acercó lentamente, preguntó si el asiento estaba ocupado y se sentó sin esperar una respuesta.

Dos horas después, se refugiaban de la lluvia en un cafecito de mala muerte, oscuro y sucio, pero sin testigos y desgranaban el uno frente al otro toda su vida. Como si fueran grandes amigos que después de largo tiempo sin verse, se hubieran reencontrado.

Poco tiempo después eran novios, vivían juntos, terminaban sus carreras y se casaban. Eran de esas parejas perfectas que siempre estaban de buen humor, que se miraban con complicidad, que se entendían sin palabras, que corrían al rescate de un amigo, que preparaban cenas con un buen vino para sus amigos. Eran la felicidad hecha carne.
Poco a poco su vida transcurrió y se construyó tal y como todos lo esperaban. Ambos se destacaron en sus profesiones, lo suficiente como para vivir holgadamente y sin demasiadas preocupaciones y lo justo para poder llevar adelante una rutina normal y familiar sin que los teléfonos sonaran constantemente.

Después llegó Camila quien acabó por enloquecer a su padre y realizar a su madre. No se puede decir que su vida había sido fácil. Sobretodo al principio todo les costaba mucho, sacrificaron muchísimas horas de no estar juntos y se apoyaron en cada emprendimiento personal. Pero lentamente, todo se acomodaba, tomaba forma, seguía una línea recta hacia sus destinos soñados.

Cami cerró un círculo precioso.
Con la llegada de Damián fue disfrute puro. Ya no los atormentaban los miedos de los padres primerizos y pudieron disfrutar a pleno verlo crecer desde sus primeros días de vida.

Los chicos eran dos diablitos, traviesos y muy compañeros. Detrás de cada golpe, de cada taza rota o de las risas a las horas de dormir, estaban los dos. Juntos. Compañeros de aventuras.
Camila aprendió a leer fluídamente con Moby Dick, Harry Poterr, Las Aventuras de Tom Sawyer y cualquier libro que cayera en sus manos y pudiera leerle a Damián.
El primer dibujo con felicitación de Damián, se lo regaló a Camila. Eran terribles, pero dos hermanitos muy unidos que se adoraban profunda y honestamente.

Sí, la vida de Sara era imejorable. Ella lo sabía, ella lo apreciaba, lo agradecía cada mañana al levantarse y cada noche mientras luchaba para que se acostaran.

Esa noche, habían cenado tallarines a la bolognesa y mientras discutía con Cami la hora de dormir, sabía que Sebastián estaba lavando los platos y llenando una copa de vino para descansar a su lado despatarrados los dos en el sillón y mirar alguna película antes de acostarse.


- Camila, son las 10 de la noche y mañana tienen escuela, no me hagas renegar hija...

- Pero mamá! A Claudia la mamá la deja quedarse hasta las 11!

- Me parece muy bien. La mamá de Claudia decide a que hora se acuesta, pero yo soy tu mamá y creo que las 10 de la noche es un horario perfecto...

- Pero no es justo! No tenemos sueño...!

La verdad es que Damián estaba dando cabezadas en la almohada, pero al oír esto se esforzó por espabilarse y apoyar a su hermana:

- Es verdad mami! No tenemos sueño!

Sara se sonrió al verle la cara de cansancio y la voz tomada de haber estado dormitando.

- Chicos, no lo voy a discutir más. Es hora de acostarse y punto.

- Pero...

- Sin peros Camila. A la cama!

- Ufa! - se quejaron al unisono.

Encendió el velador de la mesita de luz y apagó la luz de arriba. Entornó la puerta y se quedó espiándolos.
Camila refunfuñaba por lo bajo y soltaba bufiditos mientras se metía en la cama, se tapaba hasta las orejas y cruzaba los brazos por encima del pecho con los ojos bien abiertos en señal de rebeldía.
Damián ya estaba durmiéndose de nuevo porque su respiración sonaba más acompasada y débil. Pronto se dormirían los dos.
Admiraba el espíritu combativo de Camila, formaría una personalidad fuerte y segura como la de su padre. Pero físicamente, era el niño quien le devolvía la imagen de Sebastián. ¡Se parecían tanto!

Bajó suavemente la escalera comprobando que su marido ya estaba tirado en el sofá, se había sacado los zapatos que aparecían "revoleados" en el medio del living y allí, a un costado, una copa de vino tinto esperaba.

- Los chicos ya se durmieron?

- Damián sí. Camila todavía debe estar gruñéndome.

- Ah! el papel de las madres: siempre son las malas de la película...!

Los dos rieron despacito. Sara se abrazó a su hombre, aspiró su aroma, y lo miró acariciando cada rasgo...

- Y a vos te queda muy cómodo eso de la mamá ogro, no?

- Es que vos no sos cualquier mamá ogro... sos el ogro más sexy que conozco!

- Sí, sí... cualquier cosa con tal de que no te toque acostarlos y escucharlos quejarse todo lo que dura el baño...

Volvieron a sonreir, Sebastián tomó su copa y le acercó la suya a su esposa.

- Puedo compensártelo...

- Ah sí...? - dijo Sara pasándole una mano por el espacio abierto de su camisa y acariciándole el pecho.

- Bueno, yo tenía idea de poner el canal 24 que está por empezar "Un lugar llamado Noting Hill"... pero tu idea tampoco es mala!

Sara miró el televisor, luego a su marido, perdió un momento la vista al frente mientras escuchaba atentamente los ruiditos provenientes de la habitación de los chicos y sin pensarlo demasiado, apuró su copa de vino y tiró de Sebastián hacia las escaleras.
Entre risitas, el la corrió escalones arriba y le tocó el culo mientras ella se daba la vuelta y le lanzaba miradas lujuriosas, obsenas, promesas de lo que venía...
A mitad del trayecto, Sebastián la arrinconó contra la pared depositando todo el peso de su cuerpo contra ella. Con delicadeza le retiró un mechón de pelo que caía languido sobre su cara rosada de exitación y expectativa.
El gesto le arrancó un temblor, como un rayo de deseo que le recorriera el cuerpo, como una descarga eléctrica de pasión que la desesperaba.
Sebastián le producía tanto hambre como la primera vez.

- Seguis volviéndome loco chiquita...

Su mirada penetrante que la desnudaba lo afirmaba. Sus manos en su cintura fuertemente apretadas hablaban por él, la recorrían con seguridad en su mente... ¡Dios!
No aguantó más y tiró de él. Casi volaron a la habitación que se hallaba en la otra punta del pasillo.
Se sacaron la ropa con prisas, con descuido, como animales. Se besaron y mordieron los labios. Se acariciaron con fuerza, pellizcándose, arañadose, lamiéndose, gozándose.
Ella besó su pecho, y restregó todo su cuerpo por la piel de él que ardía, se hinchaba, dolía y producía placer. Él se agarró de sus caderas, apretó su culo para acercarla más, para poseerla.
Sara continuó bajando tomó su pene entre sus manos y lo puso en su boca. Muy suavemente lo acariciaba con sus labios, lo introducía en su boca, lo abrazaba con su lengua.
Tocaba las caderas de su esposo y el le sostenía la cabeza hasta no soportarlo más. El dulce suplicio del calor, la humedad, la locura. Un hombre y una mujer en su estado más primitivo.
La obligó a levantar la vista y mirarlo, solo eso bastó para que ella se acomodara y le permitiera darla vuelta.
Sebastián la penetró sin miramientos, con fuerza, con firmeza, y se introdujo en ella hasta el fondo ahogando un gemido que era dolor y placer. Ella se inclinó hacia arriba y lo besó profundamente, con ansias, con angustia, con hambre.
Tuvieron sexo, hicieron el amor, se deshilacharon entre las sábanas y durmieron abrazados. Eran los amantes de siempre. El hombre que eligió a su mujer en una biblioteca y la mujer que lo aceptó.

- Chicossssssssss!!! El desayuno está listo!!!

Camila llegó a la mesa toda despeinada. Eso que parecían dos colitas, no era más que un mamarracho que se apuró a desenmarañar. Damián tenía la camisa afuera y la corbatita torcida.
Simultaneamente sacaba las tostadas, servía la leche chocolatada y espiaba la escalera para ver bajar a su esposo.
Siempre temía verlo, tenía un sentido de la combinación de colores, muy estrafalario. Finalmente siempre terminaba haciéndole cambiar las medias, la camisa o la corbata. Pero hoy llegaban tarde. La noche pasaba su factura y mostraba el recibo en la inmensa sonrisa de Sara.
Sebastián tenía unas ojeras importantes y estaba tan desaliñado como su pequeño gemelo que estaba comiendo medio dormido una tostada con manteca.
Se acercó a ella mientras se servía una taza de café bien cargado y le susurro con voz ronca:

- A veces se me olvida lo mucho que me calienta verte a la mañana con esa carita toda paliducha...

Ella no pudo evitar una carcajada que hizo que sus hijos los miraran primero sorprendidos, y luego que Damián le preguntara a su hermana:

- Y a estos que les pasa hoy?

- No sé, pero hay días que se levantan así, riéndose por cualquier cosa - afirmo Camila muy seria.

El matrimonio rió a dúo, a la vez que los apresuraba a terminar el desayuno para ir a la escuela.
La mañana transcurrió serena. Sara flotaba en una nube de tranquilidad y armonía. Ni siquiera la secretaría indiscreta, el colega enojado o la socia demandante, consiguieron desvanecer el brillo de sus ojos, la calidez de su sonrisa y la relajación de su cuerpo.
Sí, el sexo era bueno!
Mejor que cerrar un trato, ganar un juicio, cobrar un cheque. Mejor que el spa, la cena con amigas, y un perfume importado.

Alrededor de mediodía, volvió a casa con la bolsa del supermercado, miró acelerada el reloj de pared de la cocina y puteó porque se le había hecho tarde.
En medio hora llegaban su marido y los chicos, con un apetito digno de figurar en los records guinnes. Y ella, apenas llegaba a casa.
Puso una carne al horno, preparó una ensalada y cortó unas papas para freir.

En medio del delirio, el timbre cortó en seco la actividad frenética de la cocina. ¡Lo único que faltaba! ¡Perder tiempo con un vendedor ambulante!
Tendría que haber llamado temprano a Vivi para que se pase por la casa y prepare ella el almuerzo. Pero estuvo toda la mañana en bavia... y ni siquiera pensó en la velocidad con la que pasaban las horas y lo muschísimo que le quedaba por hacer aún.
Secándose las manos en el delantal, se dirigió a la puerta. Abrió con una gran sonrisa en la boca y un "no necesito nada y estoy cocinando" en la punta de la lengua.

- La Sra. Volken?

Dos oficiales uniformados la miraban inquisidoramente con las gorras en la mano. Cientos, miles de pensamientos se cruzaron a velocidad de la luz por su cabeza. Un nudo se agolpó en su estómago, pero mantuvo la sonrisa.

- Ya colaboré con la policía este mes. Pasó el oficial Estevanéz de la comisaría 4ta...

- Lo sentimos señora, pero estamos en misión oficial.

¡Los chicos! ¿Había pasado algo en la escuela? No pudo emitir palabra por unos segundos... y el otro oficial más mayor, que hasta ahora se había mantenido callado y con la mirada clavada en el suelo, se adelantó:

- Su esposo es el Señor Sebastián Volken?

- Sí... pasó algo? está bien?!

El jovencito continuó silencioso pero una mueca de dolor le atravesó el rostro.

- Su esposo... tuvo un accidente automovístico. Falleció antes de que llegaran las ambulancias. Lo siento.

El mundo comenzó a girar y la vista se le puso borrosa. Sara se tambaleó y tuvo que aferrarse al quicio de la puerta. Un chillido histérico y agudo le taladraba los oídos y las piernas no podían sostenerla.
El oficial más joven se aproximó y la sostuvo mientras la acompañaban dentro de la casa para que se sentara. El oficial mayor hizo un gesto hacia la cocina dónde algo se estaba quemando y se esparcía el olor y el una sombra de humo.
Sara asintió descompuesta. Necesitaba vomitar, sentía la bilis subiéndole por la garganta. Corrió al baño y vomitó, sin siquiera pensar en cerrar la puerta. Todas sus entrañas parecían a punto de querer salírsele por la garganta.

Se lavó la cara, pero no dejaba de sentir esa sensación de estar en medio de un sueño. Cautelosamente regresó a la sala. El olor a quemado aún flotaba en el ambiente. El joven policía jugaba con la gorra nervioso. El mayor le había puesto un vaso de agua en la mesita.

Se sentó, tomó el agua e intentó aclarar su mente.

- Muerto?

- ...

- Pero, cómo? que pasó? ¡Dios mío!

Allí estaba el llanto, el dolor desgarrador en el pecho, la opresión en la caja toráxica, la quemazón en cada poro de su piel, el grito desgarrador, los estertores, la incapacidad de respirar, la locura.
Los policías la miraban incómodos, en silencio, respetuosamente.

- Debería venir a la comisaría a prestar declaración, cuando pueda. Además, tenemos sus efectos personales, y podemos aompañarla a reconocer el cuerpo...

El policía lo dijo suavemente, casi en un susurro, como con vergüenza. Ella levantó la vista desahuciada, destruída, conmocionada.

- ¡Mis hijos! Sebastián iba a ir a recogerlos a la escuela! Deben estar preocupados y solos!

Agradecida de poder irse, de poder distraerse, de tomarse un minuto para respirar y no pensar, empezó a juntar sus cosas, buscar la llave del auto, corroborar que el agente hubiera apagado todo en la cocina.

- Más tarde, mañana, me acerco a la comisaría. Ahora tengo que buscar a mis hijos. Por dios, tengo que buscarlos!

La desesperación y la insania se estaban apoderando de ella, tenía que pensar en sus hijos. Tenía que verlos. Abrazarlos. Rezarle al cielo para sobrevivir.

Ya se estaba yendo, empujando casi a los oficiales hacia la salida, cuando en la puerta, el mayor le dijo:

- Su acompañante está muy malherida, en estado crítico, y no le encontramos documentación. ¿Podría usted verla y comprobar si puede aportar algún dato sobre ella?

- ¿Acompañante? ¿Ella?

- Su marido chocó contra un coche que venía de frente en las afueras de la ciudad. Aparentemente se distrajo. Alos ocupantes del otro vehículo no les pasó gran cosa, pero el auto de su esposo dió varias vueltas. Sospechamos que ni él ni la mujer que lo acompañaba tenían puesto el cinturón de seguridad, porque salieron despedidos.

Sintió una piedra enorme que caía sobre su cabeza. Una sombra de sospecha y dolor lacerante. Pero en ese momento, la prioridad eran Camila y Damián. No dijo nada, saludó con la cabeza, aseguró que pasaría más tarde y se subió al auto corriendo a los brazos de sus hijos.

- Debimos llevarla, está devastada y salió a mucha velocidad. - dijo el joven.

Con la misma mirada de preocupación el oficial Suárez le respondió:

- A veces necesitamos morir un poco, poner en riesgo la vida, para recordar que aún está allí. Tiene hijos, vivirá. Y más que nada, necesitaba estar sola.

Ambos policias permanecieron un minuto más con la vista clavada en la dirección que había tomado el auto de Sara.


CONTINUARÁ...

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero entonces
Beso

Anónimo dijo...

Grossa Cerecita. No sabia que escribias tan lindo.

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

INDIANA: No espere, usted opine... sobre lo que quiera... que sé yo... si quiere adelante el final...
:-P

JULITO: No me atrevería a decir tanto... no sé cuántas partes tendrá el cuento pero me dice que piensa al final... Igual, que quiere que le diga... viniendo de usted eso de "grossa", me la RE CREÍ jejeje

ZETA: ¿No sabe no contesta? Mire que... bueh, say no more...

Besos a la tribu!!!

Vivian García Hermosi dijo...

Me enganché desde el principio.

Mandrágora dijo...

Eres más dulce que ácida. Estás viva.

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

MANDRÁGORA:
¡¡¡BIENVENIDO/A!!!

¿De verdad te lo parece? ¿Soy Dulce? La verdad es que no me disgustaría serlo, pero no veo de donde sacas esa conclusión...
Que estoy viva no te lo discuto jajaja pero tampoco veo la relación entre una y otra cosa :-P