domingo, 21 de marzo de 2010

TREINTA

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Atenea es un nombre raro. No sé por qué me intrigan tanto los nombres en desuso, pero lo cierto es que lo hacen. A ella también le hacía sentirse incómoda.

Sobretodo cuando veía la cara de las personas que la interrogaban al respecto.

En Argentina nadie se llama Atenea. Solamente una loca le pone Atenea a su hija en estos tiempos. La verdad, es que a lo largo de su vida, había atravesado varias etapas de amor y desamor hacia esta elección.

De pequeña, fue la risa y burla de todos sus compañeros de escuela. Más o menos hasta promediar la adolescencia, cuando entendió lo que significaba llevar el nombre de la diosa de la sabiduría, la estrategia y la guerra justa.
Por ese entonces, se enamoró de su nombre y, durante un tiempo, lo llevó orgullosa. Casi podía adivinarse cierta insolencia y pedantería cuando lo decía.
Podía escucharse cómo cambiaba el tono de voz y brillaba a su alrededor un aura de regocijo interno.

Acabada esa etapa, volvió a sentirse atrapada en un nombre extraño que generaba sonrisitas irónicas y solapadas. Volvió a detestarlo cuando se recibió y tuvo que hacer sus primeras tarjetas profesionales.

El nombre también incidió en su carrera. A los 20 años quería estudiar Psicología, pero le pareció una ridiculez hacerlo. ¿Atenea psicóloga? Ja! Parecía un mal chiste.
Finalmente se decantó por seguir una cátedra de contabilidad que, francamente, aborrecía.

Sólo una loca, le podía poner "Atenea" a su hija.
Y no distaba demasiado de la realidad.
"Trastorno Bipolar de la Personalidad", decían.
Pero nunca pudieron explicar como las alucinaciones entraban en el cuadro. Decían que era parte de un brote de esquizofrenia. Que no ocurría a menudo, pero podía presentarse.

Esa era una parte de Atenea que también quería olvidar. Ambas decidimos no hablar de aquello. Olvidar las noches en que su madre la escondía debajo de la cama a las 3 de la mañana y se quedaba haciendo guardia a los pies, murmurando sobre demonios que las iban a buscar, con un cuchillo aferrado a su mano, los pelos enmarañados y ese movimiento pendular en todo su cuerpo, como si se acunara a sí misma.

Al día siguiente todo había pasado y Elena estaba en la cocina a las 6 de la mañana preparando tostadas, jugo de naranja exprimido y café con leche.
Olvidamos también una vida de soledades, porque Atenea no podía llevar a sus amigas, para que su madre las levantara a las 3 de la mañana y se pusiera a balbucear sobre negros brillosos y azules que con el diablo dentro, volteaban los ojos y conjuraban a los malos espíritus.

Decidimos no mencionarlo, así que no lo haremos. Es demasiado triste, más para Atenea que para mí. Es desgarrador.
De hecho, aún estamos intentando olvidar cuando hace 9 años, Atenea tuvo que decidir qué hacer con Elena. El juez, los pasillos de los tribunales, las trabajadoras sociales, el médico forense, los enfermeros de salud mental llevándose a su madre que se resistía gritando que "no podía dejarla sola, la irían a buscar, la encontrarían..."

Nueve años pasaron y nadie la buscó. Nueve años de salir adelante sola, de visitas de fin de semana en un hospital psiquiátrico, nueve años de verla envejecer y agrietarse. Nueve años y ya apenas la reconocía, sólo por momentos, su mirada vidriosa parecía cobrar vida. Entonces acercaba su mano a la mejilla de Atenea, la acariciaba tiernamente, agarraba su mano entre las suyas y le decía: "Atenea, tenés que esconderte, tenés que mirar que no te sigan, nos están buscando..." y volvía a caer en ese ostracismo comatoso de los psicofármacos.

Pero todo está en el olvido engañoso que nos presenta el despertar. Solamente lo recordamos y revivimos cuando soñamos. Pesadillas.
Toda una vida de mal dormir.

No obstante, tenemos 30 años ya. Bueno, casi 30 años. En cuánto Atenea se despierte, transcurrirá el glorioso día.
Ya olvidados los malos ratos, ya olvidado el nombre que me impulsa a escribir la historia, olvidada la vergüenza de la locura.
La locura que amenaza agazapada entre los genes.


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Atenea se despertó y miró por la ventana. Un día gris de comienzo de otoño.
Para todas las culturas antiguas, el comienzo de la cosecha.
Treinta años. Tres veces diez. Diez veces tres.

Según sabía en muchos pueblos el tres era un número mágico. Y ella lo había atravesado diez veces. Diez veces tres, había vivido en otoño.
¿Qué clase de cosecha tendría este año?

Preparó café. Nunca le había gustado el café. Su aroma fuerte y penetrante le recordaba su niñez. Sin embargo se había acostumbrado a tomar café desde que se levantaba hasta que se acostaba. Se había obligado a ignorar su pasado y centrarse en el presente.

Con la taza caliente en la mano, se sentó a mirar por la ventana pensando en todo lo que tenía de trabajo pendiente en la computadora. Todo aquello podía esperar a que acabara su café.

Aquiles la miraba moviendo la cola y entrecerrando los ojos. Cualquiera diría que se estaba adormeciendo, pero Atenea sabía que no era así. Mientras movía la cola, su gato estaba dispuesto a saltar sobre cualquier cosa. Aquel ronroneo casi imperceptible, no era más que una apariencia taimada que quería mostrar el felino para interceptar a cualquier desprevenido que se acercara más de lo recomendable a su zona.

Aquiles fue una pelea con su madre.

Cuando una tarde de sábado, de visita en el hospital, ella hablaba sin cesar y entre el palabrerío al que Elena no respondía (como de costumbre) le contó que había recogido un compañero de piso, un precioso gatito negro, su madre pareció despertarse de repente y se puso a temblar, mientras le rogaba que se deshiciera de él.
Lloró, rogó, suplicó, imploró que lo devolviera. Elena se alteró tanto, que la visita acabó prematuramente y una enfermera se la llevó para sedarla.

Atenea creía que en sus delirios, Elena se había vuelto supersticiosa.
Aquiles era una compañía asombrosa. No se arrepentía un ápice de tenerlo con ella.

Cerró los ojos y aspiró lentamente el olor de la mañana. De la tierra mojada que provenía de su jardín.
Lamentó una vez más que un día tuviera sólo 24 hs. y que todavía tuviera tantas cosas por hacer.

En principio, tenía que vestirse e ir a algunos bancos antes de que cerraran. Por la tarde ya podría quedarse en casa, en la computadora.

Al pasar por la puerta de su habitación, escuchó a su espalda una especie de gruñido seguido de un "jjjjjjjj".
Dió media vuelta y Aquiles se avalanzó sobre sus piernas desnudas.

No supo que pasó hasta que pudo patear al gato y observó sus piernas profundamente arañadas y el gato encrespado que la miraba a punto de saltar nuevamente sobre ella.

Puteó en voz alta (como nunca lo hacía) y cerró la puerta de su habitación.
Se sentó sobre la cama y tomó aire mientras pensaba en el extraño comportamiento de su mascota.
Moviendo la cabeza de lado a lado se vistió y juntó alguna de sus cosas en la cartera.

Luego asomó la cabeza fuera del cuarto y no vió al gato, pasó al baño y se puso agua oxigenada en las heridas.
No sangraba ya, pero se veían muy profundas y ardían muchísimo.

Decidió reirse de las casualidades, se rió de sí misma que hacía 10 minutos recordaba lo bien que había hecho en conservar a Aquiles.
Volvió a asomarse por la puerta y lo vió recostado en el sofá del living.

Pasó apurada, recogió las llaves de la mesita de la entrada y salió del departamento.
Al pasar, le pareció oir un gruñido de nuevo, pero no tuvo tiempo de cersiorarse.
Lo más probable es que estuviera un poco paranóica.

Durante la mañana, "hizo los bancos", se compró un sweater de media estación color malva y se tomó otro café con Mariana.
Mariana es contadora, como ella, tenía unos 35 años, también es hija única y vive sola.
Es, probablemente, la única amiga que tiene.

Mariana insistió en que aquella noche salieran a cenar con dos amigos de ella para festejar su cumpleaños. Y "quién te dice, por ahí alguno de ellos te guste y matamos dos pájaros de un tiro".

- Lo siento Mariana, no tengo ganas de salir esta noche. Si querés alquilamos una película y comemos algo en casa.

- No seas boluda, salgamos, nunca salimos, nos va a hacer bien a las dos. Además Fernando me dijo que tenía un amigo de 35 años que está re bien, es soltero, es gerente de una empresa financiera en expansión y...

- ¿No puede ser otro día? ¿Tiene que ser hoy? De verdad que no tengo ganas de ver a nadie.

- Bueno, es tu cumpleaños, hacé lo que quieras. ¿Mañana?

- Mmm... ¿te tiro un mensajito y te confirmo?

- Bueno, dale, pero no me gusta la idea que pases esta noche sola, ¡deberías estar festejando! ¿O será que te pegó el viejazo de los 30 y estás medio depre?

- Debe ser eso, pero prefiero estar sola y acostarme temprano. Mañana es mejor para salir y es viernes.

- Negra, los jueves también sale gente, hay lugares que se ponen muy bien...

- Ajá, pero...

- Todo bien, preferís mañana. No se discute más.

Atenea revolvió el café un poco mientras pensaba un tema con el que salir de aquel silencio incómodo. La charla la había hecho sentir una anti-social en toda regla. Una aburrida, una vieja cascarrabias.
Afortunadamente, Mariana ya la conocía y empezó a contarle de una cartera Prüne que había visto y la tenía loca.

A eso de las 12 las dos amigas se despidieron y Atenea pudo regresar a casa.
Lo primero que notó al llegar a la puerta de su departamento de 1º piso fue un polvo blanco que formaba una línea en la puerta de su casa.
Lo miró detenidamente pensando qué podía ser y si convenía tocarlo.
Decidió que podía ser veneno para cucarachas (es la época) puesto por el edificio, pero al mirar la puerta de su vecino la vio impecable.

Entró a su casa, buscó una escoba y barrió la entrada. Aquiles la miraba con el pelo erizado y gruñendo.

- Ya está bien gato. No vas a arañarme de nuevo, afuera.

Abrió la puerta-ventana que daba al patio y el gato salió sin dejar de mirarla. Un vez fuera, subió a la cornisa y se perdió entre los techos vecinos.
Ya regresaría cuando tuviera hambre.

Estaba por volver a su departamento para cocinarse, cuando notó en la esquina del patio un bulto que se movía.
Se acercó y sobre el pasto vio un conejo blanco, que se retorcía recostado y la miraba, con su único ojo visible, asustado. Aterrorizado en realidad.
¿Alguien vio alguna vez un conejo asustado? Los ojos le sobresalen y los mueven frenéticamente. Ningún ojo es tan expresivo ante el terror.

Atenea lo levantó pensando que podia haber comido algún veneno, o que podría estar quebrado. Pero un líquido caliente se deslizó por su mano y entonces lo vio.

Un corte de unos 4 centímetros en el medio de la panza del conejo. Sangre. El pelo blanco se teñía de rojo mientras el conejo chillaba dolorosamente.

- ¡La puta madre! - Otra vez.

Fue tal el asco y la impresión, que solo lo tiró de nuevo al cesped y corrió a lavarse las manos. En la cocina, mientras lloraba y controlaba las ganas de vomitar, se preguntó si tenía que llevarlo a un veterinario o sacrificarlo.
Por las dudas, buscó en el baño un par de guantes de látex que había comprado el invierno pasado con el tema de la Gripe A, se calzó unas zapatillas deportivas y volvió al patio.

El conejo estaba muerto, lo mejor sería buscar una bolsa para ponerlo.

¿Quién podía ser tan cruel? ¿Quién podía ser tan hijo de puta cómo para hacerle eso a un animalito?

Tenía que ser algún vecino, alguien que pudiera tirarlo desde un patio vecino a través de la medianera hasta su patio.
Era un conejo blanco, de esos que venden en una veterinaria. ¿Quién podía comprar un conejo para después hacerle eso?
¿Habría algún lugar adonde denunciarlo?

Igual, no era algo que fuera a hacer ahora. Era su cumpleaños.

Agarró el conejo de las patas traseras y lo iba a introducir en la bolsa cuando vio un liquido viscoso y medio negro que salía de su abdomen. Tenía un olor fuerte y ácido. Un deje de olor a podrido. Reprimió una arcada y lo soltó dentro de la bolsa.
Corrió al baño y vomitó.

- Buen comienzo de año.

Incluso el hambre se le había pasado.
Salió al pasillo para tirar la bolsa de basura en el cesto común.

Otra vez la abertura de la puerta tenía ese polvo blanco. Parecía azúcar o sal, pero bien podía ser veneno.
Tendría que barrer otra vez.

Al cerrar la puerta del cuarto de basura lo sintió. La observaban. Giró sobre sí misma a la velocidad de un rayo, pero no había nadie allí.

- Me estoy volviendo loca.
("Como mamá" retumbó en nuestras cabezas)

Entró a su casa y quiso recordar cuándo su madre había comenzado a dar señales de locura. Cuándo empezaron los delirios nocturnos. Pero no pudo recordarlo.
Yo tampoco lo recuerdo, curioso: debería saberlo todo.

Atenea, se recordó a sí misma que llevaba el nombre de la diosa de la sabiduría, que debía ser sabia y racional. Allí no pasaba nada, solo estaba sugestionada por todo lo que se había acordado durante el día, todo lo que había removido ese cumpleaños.

Sonó el teléfono fijo. Raro, pocas personas la llamaban ahí, sus contactos laborales sólo tenían su número de celular.
De todas maneras, no le vendría mal hablar con alguien un rato y dejar de pensar estupideces.

- Hola.

- Diez veces tres. Tres veces viva, diez veces muerta.

- ¿Quién habla?

- Tres veces Diez pasos al infierno. Diez veces tres cambios de piel.

- ¡No le tengo miedo y como broma es de muy mal gusto! - pero le temblaba la voz.

- Tres veces Diez te buscará hasta encontrarte.

Silencio en la línea.

Atenea sintió las manos temblando. Un nudo en la garganta. La voz desconocida aún retumbaba en todo su cuerpo.
Llamó a la empresa telefónica para ver si podían decirle quién la había llamado. ¡Dios! ¡tendría que haber puesto un identificador de llamadas!
En la empresa le informaron que no podían darle el dato por teléfono. Tenía que dirigirse a la empresa, llenar un formulario bla bla bla o pedir una orden judicial.

Demasiado trabajo por un loco.

El sonido del colgante de viento la sobresaltó. Afuera estaba nublado pero no corria ni una ligera brisa. Pero seguía escuchando el sonido insoportable de los vidrios que chocaban entre sí.

Atenea salió al patio y practicamente arrancó el colgante dejándolo sobre la mesada de la cocina.
Estaba muy sugestionada, sólo era eso.
Puso la pava para hacerse un té. Lo mejor que podía hacer era no comer y acostarse a dormir un rato.

Un rasguño volvió a sobresaltarla. Se oía como un rasguño en la puerta de entrada. La veo acercarse y pegar la oreja a la puerta de madera. El rasguño sigue ahí. Se detiene un segundo y vuelve a empezar. Por la mirilla no se ve nada, solo el pasillo vacío.

- ¿Quién es? - La oigo preguntar.

- jjjjj

- ¿Aquiles?

El sonido del gato enardecido y los rasguños violentos le pusieron la piel de gallina. Y todo cesó. No se escuchaba más nada.

Tac - Toc - TAC

Golpes secos en la puerta. Como si Aquiles estuviera golpeándose contra ella.

- Dios mío - Atenea imaginaba al gato golpeándose contra la puerta como una mosca contra el vidrio de una ventana.
Quiere entrar.

Se encerró en la cocina para no escuchar el ruido. Las lágrimas corrían por su rostro, se sentía agotada, no podía pensar. Su mascota se había vuelto loca y se estaba reventando la cabeza contra la puerta de entrada.
Dios.

Apagó la pava porque la tapa estaba haciendo ruido de tanto hervir. Se apoyó en la encimera e intentó pensar.
Ya no se oía nada. Aquiles estaba esperándola o ya se había matado. Imaginó la mancha de sangre y pelos sobre su puerta.

Fue al baño y se lavó la cara esperando que ayudara a despejar su mente.
Cuando levantó la vista, vio por el espejo una sombra a su espalda.
Una figura negra con ojos resplandecientes y azules.

No eran ojos normales. No había esclerótica. Eran dos ojos azules, dos huecos azules, dos cuencos destellantes. Y una figura negra como el ala de un cuervo.
No era una sombra, no era una sombra normal, la pared de azulejos del baño no se veía a través de ella.
Gimió y se dio la vuelta para encarar a la sombra y morir de un infarto, pero ya no estaba.

(Un demonio)
(Un demonio negro)

"Tres veces viva, Diez veces muerta"

Necesitaba un vaso de whiskey.
No había comido y estaba alterada, pero lo necesitaba ya.
Fue a la cocina sin mirar hacia ningún lado, buscó en la alacena y encontró una botella que tenía ya como tres años y a la que le faltaba apenas un poco de su contenido.
Sirvió medio vaso y se lo tomó casi sin respirar. Un calor intenso le quemó el estómago. Un ligero mareo la hizo apoyarse en la mesada.

- Me estoy volviendo loca.

Pensó en llamar a Elena y preguntarle que quería decir con las cosas que decía, pero se dio cuenta que eso era igual a caer en los delirios esquizofrénicos de su madre. De ahí a una estancia a tiempo completo pagada por el estado en un psiquiátrico había un paso.
Se sirvió otro vaso de whiskey y se propuso relajarse.
No abriría la puerta de entrada "Por las dudas".

Respiró, bebió un sorbo de whiskey, miró el reloj de pared: las 14,30. En media hora más cumpliría treinta años.

(Tres veces Diez pasos al infierno)

Inquieta se paró frente a la puerta ventana del patio y el vaso de whiskey se estrelló contra el suelo.
Había alguien allí, en cuclillas tocando con la mano algo en el césped. Un niño de espaldas.
¿Cómo pudo entrar...?

Abrió lentamente la puerta y el niño se dio vuelta, mirándola.

Sin rostro, una sombra con cuencas azules. Un escalofrío le asaltó el cuerpo. El niño volvió a mirar hacia abajo y se desvaneció frente a sus ojos.
Corrió hacia donde estaba (Dios, ¡no vayas!).

Una pequeña serpiente se arrastraba entre los yuyos mientras se desprendía de su vieja piel.
Atenea se quedó inmovil sin poder moverse. ¡Una serpiente en su patio!

(Diez veces Tres cambios de piel)

La serpiente pasó por encima de su zapatilla y ella pegó un salto y volvió a refugiarse en su cocina. Cruzó pisando los vidrios rotos del vaso de whiskey. Corrió, sin pensar en Aquiles, hasta la puerta. Tiró de ella... y no se abrió. Volvió a tirar de ella y nada.
Levantó el auricular del teléfono y la línea estaba muerta. Fue hasta su cartera y buscó desesperada el celular.

- jjjjjjjj...

- ¿Aquiles? - murmuró.

- Tres veces Diez te buscará hasta encontrarte.

Conocía esa voz.

- ¿Mamá?

Una risa. No era la risa de Elena, pero la voz sí lo era.
Pero el sonido de antes: era Aquiles.

Intentó apagar el celular y volver a encenderlo. Nada. No tenía tono de discado.
Probó una vez más con la puerta, seguía trabada. Probó con las llaves, pero todo fue en vano.
Regresó a la cocina y se sentó en el suelo llorando. Gime, sus sonidos desgarran el alma.
No debía ser así, era su cumpleaños, casi es su cumpleaños. Faltan sólo 15 minutos.

La veo levantar la vista. Ahí está de nuevo la sombra negra. El demonio de cuencas azules. En su cabeza resuena la profunda voz:
"Diez veces Tres cambios de piel. Llegó la hora".


No lo escuches.
Atenea, no lo escuches.

"Cambio de piel. Tres veces Diez. Diez veces Tres. Treinta."

Atenea.

Ella se levanta y busca un cuchillo. No hay escalpelos, es un cuchillo de cocina.

¡Atenea!

No deja de mirarlo, él no me ve, pero yo los veo.

"Diez veces Tres cambios de piel".

Atenea se baja el pantalón y con un corte seco en la vena cava inferior hace la primera incisión...



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Sangre, mucha sangre. Se está desangrando. ¡ATENEA! Dios, ¡que alguien me ayude!
No puedo dejar de escribir, pero él deja de mirar la sangre fluir y me mira. No quiero escribirlo, pero me obliga. No dejo de escucharlo en mi cabeza. "Diez veces Tres". Atiende el teléfono.

...

¿Alguien me lee? ¡¡¡¿Alguien puede ayudarme?!!!


TRES VECES DIEZ TE BUSCARÁ HASTA ENCONTRARTE. Eso me dijo en el teléfono. Tengo que irme, no puedo escribir más. Yo debía saberlo. Yo tenía que saberlo todo. Yo lo escribo. Yo también cumplo treinta. Tengo que irme. ¡¡¡Nadie me escucha!!! ¿¿¿Alguien me lee???


Es tarde, está a mi espalda.
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5 comentarios:

Andrea Landella dijo...

Wow!!!
Kami me dio la impresión de estar leyendo a Ray Bradbury por un momento. Me helaste la sangre.
Qué buena historia, te felicito
Abrazo!!!!

Anónimo dijo...

Cherryyyyyyyyyy!!!!!!!Uffffffffff toda la lectura en tensión!!!Que magia para relatar que tenés!!!!Pude imaginar hasta el color de la puerta....excelente suspenso.
Me quedé con una presión en el pecho, una.... angustia...merdddd!
Naaaaa podés...Clap...clap...clap

Esa cabeza tuya es...es....alucinante!!!
Te quiero y admiro!

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

Witchie: Son los efectos de las vacaciones y algunos libros de Sci-Fi jajajaja
Además me acordé que alguna vez Zeta y Sokon plantearon algo así, un cuento de horror o ciencia ficción... y bueno, una cosa lleva a la otra y hoy estaba escribiéndolo.
Gracias por tan maravillosa analogía, aunque temo no merecerla!
Igual mi orgullito se hinchó "un mucho" jajaja

Besotes!!!

Ale: Me alegra que hayas podido meterte en la trama!!! De qué color era la puerta para vos?!
Contame y te digo de qué color era para mi!!!

La presión en el pecho... ehmmm... pedile a Flavia unos masajitos y de paso volvés a entrar en calor ;-)

Te quiero Ale, mandale besotes a tu hermosisíma family!!!

Zeta dijo...

Está salado eso del tres veces diez y diez veces tres.
La verdad que asusta. Es todo un hallazgo esa cábala fonética-numérica.
No entendí muy bien quien cuenta y esas cosas (y por lo visto es parte importante del efecto del cuento). Será cuestión de releerlo.
Cosa que, por otra parte, haciendo tanto que no escribe, no viene nada mal.

→FAIRY ♥ KAMI← ® dijo...

ZETA: Escribe el escritor, o escritora, que finalmente acaba siendo personaje, siempre lo fue o algo x el estilo.

Pero relea, relea. :-P

"Treinta - tres veces diez - diez veces tres..." Me gustó, suena bien... y si se repite mucho, es casi un mantra. :-D

Luego me dice que le parece :-D