martes, 21 de octubre de 2008

CUENTO - SEXTA PARTE

Sara estaba estupefacta. Cualquiera diría que estaba “perpleja”, “anonadada”, “sorprendida”; pero era mucho más que eso. Sencillamente no podía reaccionar. En su cabeza resonaban las últimas palabras de Yamila como un tambor lejano que recorre una isla...
Lo primero que pudo volver a sentir, fue alivio.
Un inmenso y reparador alivio. Una tranquilidad que se derramaba lentamente por sus venas cubriendo palmo a palmo todo su ser. Un peso que le quitaban del corazón de golpe, la sensación de que aún seguía allí: aplastante. Pero la certeza de que era solo eso, una sensación. El peso ya no la oprimía, no la ahogaba. Respiraba acompasadamente una brisa de aire fresco.
Sin embargo, sus pensamientos continuaban adormecidos, anestesiados. Había allá en el fondo de su mente un ruidito casi imperceptible, sostenido. Un susurro que intentaba acallar con todas sus fuerzas. Un dolorcito minúsculo que permanecía agarrado con uñas y dientes a su pecho.
Por un momento pensó que lo mejor era ignorarlo. Sebastián no la había engañado y eso ya era todo lo que debía importarle.
Pero Sara sabía que no era cierto, no podía obviar el hecho de que su marido la había engañado, le había mentido y ocultado.
Quizás no una mujer... pero sí un hijo. Le ocultó una criatura que pensaba incorporar a sus vidas. Le ocultó todo lo relacionado a esa criatura y su futuro en la familia.
¿No pensó en que debía incluirlos? ¿No se le ocurrió que ella como “la futura madre” tendría algo que decir? ¿ No tuvo en cuenta los sentimientos de sus hijos? ¿Acaso iba a ponerlos a todos en la penosa situación de dirimir todas estas cuestiones frente a una joven que ya bastante había sufrido?

- ¿Cómo se les ocurrió tomar una decisión como la de continuar con el embarazo sin saber qué íbamos a opinar los demás? No nos tuvieron en cuenta... no contaron con el derecho de mis hijos a decidir también sobre algo que los afectaría para el resto de sus vidas.

- Sebastián estaba seguro de que ustedes iban a aceptar, que iban a pensar en el futuro de mi bebé, que iban a ser felices de poder darle todo lo que yo no puedo...

- Aún así, ¡teníamos derecho a saberlo! Somos parte de esa decisión... mis hijos al aceptar un hermanito, aceptan justo eso, un hermano. Alguien con sus mismos derechos, alguien con quien compartir todo. No solo sus juguetes. Sino su herencia, su futuro, sus afectos. Pensaban quitarles ese derecho...
- No, señora, no creo que su marido pensara así... él iba a hacerlos partícipes de todo y por supuesto lo consultaría...

- Querida, vos no tenés responsabilidad alguna en todo este entuerto... pero ustedes venían a conocernos sin nosotros saber nada... es una forma un tanto complicada para tomar cualquier tipo de decisión estando vos presente. No hablamos de cualquier cosa, sino de un suceso que puede cambiar muchas vidas... en fin, me sorprende de Sebastián, pero quiero pensar que habrá tenido sus razones.

Milena observa silenciosa la escena. Por un lado, como Sara, se sentía profundamente aliviada. Si su hermano la hubiese engañado, sería una circunstancia incómoda y dolorosa para toda su familia. Porque todos amaban a Sara, ella formaba parte de sus vidas desde hacía muchos años, pero además, estaban los niños. Nadie podría predecir que hubiera ocurrido...
Aún así, no comprendía el proceder de su hermano. Sara era una mujer sensible, solidaria, comprometida. Amaba a los niños más de lo que nadie podría expresar. Entonces ¿porqué su hermano no le había dicho nada? Definitivamente había metido la pata...
No obstante, el aire en la habitación había cambiado, ambas mujeres se habían distendido, estaban abiertas de una manera distinta a escuchar y comprender.

Yamila temía decir cualquier cosa fuera de lugar, solo había asentido comprensivamente a la explicación de Sara y se encontraba a la expectativa.

- ¿Has pensado que vas a hacer ahora?

- No, tampoco tengo muchas alternativas. El embarazo está muy adelantado y no puedo interrumpirlo. Probablemente deba abandonar mis estudios y mi padre me casará con cualquier hombre que quiera hacerse cargo de un hijo que no es suyo a cambio de un nombre conocido.

- No puede ser que esa sea tu única opción...

- Tengo 18 años, no estoy emancipada, mi padre puede reclamarme en cualquier momento... Puedo huir de casa hasta que me encuentren... pero el final sería el mismo. Y aún cuando me fuera, debería abandonar los estudios para trabajar... no sé que futuro podría darle a mi hijo.

Sara y Milena intercambiaron miradas. No era sencillo encontrar una salida beneficiosa 100% y no estaban en posición de desentenderse del problema. Sebastián había promovido toda la situación que ahora estallaba frente a sus ojos. Ellas, eran su familia, y las familias hacen eso: de red de contención de los problemas, dificultades y decisiones de sus miembros.
Además, allí estaba esa niña, sola, pidiendo ayuda a gritos. Sara no pudo evitar pensar en Camila. ¿Y si fuera su hija quien un día necesitara ayuda de perfectos desconocidos? ¿No desearía ella que alguien se apiadara y le tendiera una mano?

- Yamila, ¿vos no crees que sea posible hablar con tu familia? ¿Realmente es imposible que decidan ayudarte con tu bebé hasta que concluyas tus estudios?

- Señora...

- Podés tutearme – dijo Sara con voz maternal.

- Sara – balbuceó la joven un poco colorada – en mi casa esta situación no es un problema económico, ni siquiera de solidaridad. Allá es una cuestión de honor. Las madres solteras no están bien vistas, los niños sin padre son parias sociales. Por eso recurren al tráfico de bebés para tapar el deshonor. Las familias de cierto nivel social no tienen hijas que son madres solteras. Quizás mi familia acepte arreglarme un matrimonio y permitirme tener a mi hijo conmigo, pero no sé que vida le espera con un padre que no es el suyo. Y que probablemente no nos ame a ninguno de los dos...

- Y el padre ¿no se va a hacer cargo?

- Yo diría que no... mire, no se preocupe, es mi problema y fue mi decisión seguir adelante. Siempre supe que existía una mínima posibilidad de que su familia no quisiera quedarse con mi bebé y que, de alguna manera saldría adelante sola. Demasiado han hecho por mí ya...

Una enfermera entró a la habitación, preguntó si todo estaba bien y chequeó el suero haciendo algunas anotaciones en la historia clínica de la paciente.
Milena se revolvió un poco en su lugar y miraba fijamente a su cuñada que parecía debatirse violentamente con algunas ideas.
Finalmente preguntó a la enfermera cuánto tiempo más creía que debía quedarse internada Yamila.

- Si continúa evolucionando como hasta ahora, en unas 48 hs. es posible que le den el alta. Tendrá que venir a que le quiten los puntos de la frente, pero eso será en unos días.

Sara necesitaba pensar. Aclarar su mente.

- En un momento le traerán la merienda y una enfermera puede ayudarla a levantarse un rato si lo desea. No vaya a intentarlo sola, porque es probable que se mareé, lleva ya unos días en cama y aún se encuentra débil.

Yamila asintió, dispuesta a acatar las recomendaciones y Milena, quien llevaba lo que le parecían horas, en silencio, decidió que ya era hora de partir. La familia tenía mucho que pensar y charlar.

- Sara, creo que es mejor que la dejemos sola. Además, el oficial Suárez seguramente quiere hablar con ella. Podemos regresar mañana a ver como se encuentra.

- Sí, es verdad. Yamila, te dejamos para que puedas descansar un rato, mañana volveremos a ver como seguís...

- Gracias. Sara, por favor, no se sienta obligada a nada. No se preocupe por nada.

- Querida, estás sola y has pasado por una experiencia traumática, mi marido ha muerto y tu estabas a su cuidado. Mientras permanezcas aquí, en honor a su memoria y todo el amor que le tenemos, estás bajo nuestro cuidado. Se lo debemos a él por todo lo que nos ha dado.

Milena, pese a su dureza, no puedo esconder una lágrima gruesa que rodó por su rostro. Una lágrima de emoción, respeto y admiración. Su hermano había elegido muy bien, Sara era una persona íntegra y sensible.
A pesar de todo por lo que estaba atravesando, no iba a abandonar a la muchacha. Haría a un lado su propio dolor y estaría allí para ella. Era un ejemplo de estoicidad cotidiana.
No saldría en los diarios, ni sería la heroína de un matutino radial, pero estaba allí cambiando una vida y ella era testigo de ello. Era un ejemplo.
Sin que apenas lo percibieran, se limpió de un manotazo la lágrima furtiva y se aclaró la garganta con un carraspeo.
Siguió a Sara en la despedida y esperó pacientemente a que su cuñada retirara su mano de la de la joven mientras la saludaba con un apretón cálido y reconfortante. Era un cuadro casi maternal.

Cuando se hubieron retirado de la habitación, casi se dan de bruces con una enfermera que cargaba una bandeja. Y allí, con un nuevo vaso de plástico con café, casi recostado contra la pared del pasillo, estaba Max.

- Está por comer, le traían la merienda. Pero se encuentra mucho mejor. – dijo Sara fríamente.

- Quizás después pueda entrar a hablar un rato con ella. – musitó el oficial.

Milena intuyó un clima espeso entre esos dos. Le pareció extraño, tal vez se conocían de antes, o había ocurrido algo que ella desconocía.

- Oigan, porqué no nos tomamos un café decente y merendamos nosotros también algo, y de paso, le contamos al oficial lo que nos hemos enterado. Puede que después de eso no necesite molestarla nuevamente.

Sara improvisó un gesto de disgusto y le echó una mirada fulminante a su cuñada. En cambio Max aceptó velozmente la invitación y añadió que conocía a media cuadra un cafecito bastante agradable que servía unas tortas exquisitas para acompañar el café.
Estaba acorralada y lo sabía, era inútil resistirse.

Una vez en el café y habiendo pedido ya la merienda, pusieron al tanto a Suárez de la situación. Se lo contaron todo. Los planes de Yamila y Sebastián, las circunstancias que los empujaron a ellos y las dificultades familiares que le podría acarrear todo ese asunto a la joven madre.
Suárez se quedó pensativo un momento.

- ¿Saben el apellido de la chica?

- No, la verdad es que no se nos ocurrió preguntarle
– respondió Milena.

- mmmm...

- ¿Por qué será que ese “mmmm” no me gusta nada...
- dijo Sara con mirada amenazadora.

- No se enojen, yo entiendo perfectamente la situación de esta chica, y es verdad que si la familia es como ella dice que es, la situación se complica más. Pero, yo no puedo evadir en mi informe el hecho de que es una menor. Y si conozco sus datos, tengo que informar a sus padres aunque no me guste la idea de lo que pueda pasar.

- ¡Pero la van a obligar a dar a su bebé a desconocidos!

- Sara, eso no lo sabés... es lo que te contó ella.

- Pero...

- A ver, pensemos – dijo Milena interrumpiedo una discusión que ya sonaba un tanto extraña – todavía no sabemos si podemos hacer algo por ella... o si queremos hacerlo.

Sara la miró acongojada. Milena tenía razón. Quizás pudieran hacer algo, pero eso implicaría poner en una incómoda situación al oficial Suárez y ella realmente todavía no estaba segura de querer hacer aquello.

- Sin embargo – prosiguió Milena – usted oficial, aún no sabe los datos de Yamila. Apenas el nombre y que es del norte del país. ¿Que pasaría en caso de que la joven padeciera un cuadro de amnesia temporal producido por el estado de shock? ¿Y si ella misma no recordara de dónde es, como se llama o cualquier otro dato relevante?

- Bueno...
– babuceó Max a sabiendas de que aquello era una suposición plausible, pero a la vez, era un engaño – imagino que en ese caso, la joven quedaría a cargo del estado hasta que se determinara su identidad. O quizás a cargo de un tercero que deseara hacerse cargo de ella frente al juez.

Ambos, tanto el policía como Milena miraron escrutadoramente a Sara.

- Ajá! Claro! Y ese alguien debería ser yo según ustedes!

- Bueno Sara... yo de mil amores me la llevaba, pero no creo que el juez me la deje sacar de la provincia... y esto no se soluciona en unos días...

- Ya...

- A ver señoras, están tomando una decisión solo basadas en los dichos de una perfecta desconocida, puede ser muy riesgoso. Y si la joven es una asesina, una ladrona...

Las dos lo miraron con sorna y Max se dio cuenta de que la niña parecía más un pollito mojado que una asesina serial.

- Max, mi esposo confiaba en ella, pensó incluso en incorporarla de alguna manera a la familia... no creo que sea peligrosa.

- Bueno, listo, ya está solucionado el problema. Sara tu te la quedas! – dijo su cuñada muerta de risa.

- Yo creo... – dijo tímidamente Sara – que tenemos que pensarlo con detenimiento. No es solo con quién se queda la chica, sino también que haremos luego con el niño. Según refiere, ella puede perder unos meses de clases sin que apenas se note. ¿Pero luego que hará con la criatura?

- Pues te la quedas tú, como tenía pensado Sebastián.

- Ay, Milena, a veces resuelves las cosas de una manera tan infantil, que se me olvida que has crecido.
Si esa fuera una opción, he de hablarlo con mis hijos. Pensar en la parte económica, porque si he de hacerme cargo de una criatura más hay muchas cosas que pensar y es una enorme responsabilidad. Y también está el asunto de que en la familia hay un miembro menos... – gruesas lágrimas se deslizaron por sus ojos, pero las arrebató pensando que aquello les imprimía prisa.
¿Quién cuidará de un niño tan pequeño mientras yo trabajo para proveer a la familia?

- Tienes razón
– respondió lánguidamente Milena.

- Pero bueno, cierto es, que mientras pensamos en todos estos detalles, dentro de 48 hs. esta niña estará lista para irse del hospital. Y más allá de lo que decidamos o podamos acordar, es prioritario que tenga donde alojarse en cuanto la externen. Deberíamos regresar al hospital y preguntarle si le apetecería quedarse en casa unos días para pensar una buena manera de salir de esto.

Max no podía creer la entereza de esa pequeña mujer. Había atravesado en unos pocos días por un montón de disgustos, no había tenido apenas tiempo para llorar su pérdida y lo dejaba todo en pos de ayudar a una completa desconocida. Su admiración y respeto crecían a cada momento y no pudo obviar el hecho de que ella le gustaba mucho. Muchísimo. Tanto que su ética profesional prácticamente se le olvidaba.
Quizás, a veces, había que olvidar lo que se “debía” hacer, por hacer lo que se creía.
Pagaron la cuenta y regresaron al hospital, había que poner manos a la obra.
Max decidió que era mejor si él esperaba en el pasillo, para no enterarse de datos que luego pudieran afectar su deber policial. En ocasiones, saber menos, era mejor.

Milena entró como una tromba en la habitación, donde la joven se mantenía serenamente recostada con la mirada perdida en el cielo raso del techo. Como pudo y en cinco minutos le contó todo emocionada.
Que el oficial no sabía sus datos, que podían fingir una amnesia temporal para que no llamaran a sus padres, que habría que hacer un trámite en el juzgado pero que luego podría quedarse con Sara en su casa hasta que analizaran todas las posibilidades, que no estaba sola, que no tenía nada que temer... apenas respiraba.
Yamila la miraba atónita y luego miraba a Sara, quien se mantenía calma y callada a la espera de que su cuñada tomara un respiro.

- Pero...

- Mirá Yamila, fue lo único que se nos ocurrió para evitar que llamaran inmediatamente a tus padres. Pusimos en conocimiento de la situación al oficial que tiene tu caso y afortunadamente nosotras no tuvimos que mentir al decirle que desconocíamos tus datos, solo tu nombre de pila. Y así, con la amnesia, él tampoco tendrá que mentir al ponerlo en su informe. Esto puede proveernos de algunos días para pensar la situación más relajadamente.
- Una vez él haya presentado su informe, como eres menor quedarás en manos del estado, puede ir a un hogar de madres solteras o puedo presentarme para solicitar tu custodia hasta que te recuperes. Si lo prefieres, también podemos omitir toda esta idea loca y llamar a tus padres.

- No! a mis padres, no. No puedo enfrentarme a ellos.


Un silencio recorrió la sala... Sara la observaba cuidadosamente, no sabía cómo era que se había metido en aquel embrollo, pero ya estaba hasta el cuello en él.

- Sara... ¿de verdad quieres llevarme a tu casa? No me conoces de nada.

- Mi esposo confiaba en vos – y no pudo evitar que en su cabeza resonara, sordo, el eco de: “más que en mí”.

- Entonces, para mí sería un placer!

Sara y Milena se miraron a los ojos. Era una niña, y necesitaba con urgencia amor y comprensión. Aún quedaban muchas cosas pendientes. Los trámites en el juzgado, hablar con los niños, explicarle a sus padres... pero poco a poco, algo avanzaban.

- Deberíamos hacer pasar al oficial Suárez. Tiene que tomarte declaración y la necesitamos, con ella iremos a solicitar la custodia a tribunales. Quizás mañana venga una trabajadora social a verte.

- Bien, no lo hagamos esperar entonces! – respondió la jovencita incorporándose un poco en la cama y acomodándose la bata para que la cubriera todo lo posible.

El gesto aquél, le dijo a Sara mucho más de lo que ya sabía.
Milena hizo pasar a Max, quien ingresó serio a la habitación, pero sin dejar de mirar cálidamente a Sara.
Yamila y Milena cruzaron una mirada que pasó desapercibida para las otras dos personas que se encontraban allí.

- Bueno, comencemos desde el principio. – dijo Max.


CONTINUARÁ...


5 comentarios:

Anónimo dijo...

Cherry, cada vez más atrapante la historia, felicitaciones

Anónimo dijo...

Alejandro: mmmmmmmmmmm algo no me cierra de esta chica..... yo pediría una averiguación de antecedentes..... mmmmmmmmmmmm EXCELENTE CHERRY, ME ESTAS DEJANDO SIN UÑAS!!!!

Andrea Landella dijo...

Kami, seguís teniéndonos en Ascuas. Tu cuento parece uno de esos laberintos que cambian de forma cuando uno ya se siente seguro de estar cerca del centro.
Felicitaciones Scheerezade!!

Anónimo dijo...

Voy a empezar de cero. Tiene muy buena pinta.

Anónimo dijo...

salsipuedes-
como esta cherry?, la felicito por el cuento, (corro con ventaja, casi lo lei de corido),¡a proposito:me inquieta no saber por que pagina voy?,lo unico que voy a pedirle , es que si sara , se corresponde en buena medida con usted, dude,, siempre dude para estar mas cerca de la verdad.
Me quedo en la salita esperando la continuacion .
un besito